Existen innumerables teorías sobre el modo en el que nos relacionamos con los demás, y podemos pasarnos una vida estudiando los distintos modos de relación y discutiendo sobre las validez de las mismas. Lo que es un hecho, es que cada uno de nosotros hemos desarrollado ciertos patrones de conducta en nuestro modo de relacionarnos y parece ser que tienen mucho que ver con el modo en que se relacionaron nuestros padres con nosotros.
Desde la perspectiva de Bowlby y sus colaboradores, existen tres tipos de apegos o modos de relación: el apego seguro que se caracteriza porque el niño confía en sus padres y en los cuidados que le brindarán, cuando se ha vivido este modo de relación el adulto suele confiar en los otros, se acerca a los demás fácilmente y sin prejuicios y en general le es fácil confiar en los demás.
El apego angustiado ambivalente en el que el niño no está seguro de sí sus padres estarán o no, esto es, a veces su madre está disponible afectivamente pero a veces no. Suele ocurrir cuando hay alguna adicción en uno de los padres: si está alcoholizado se aleja, si está crudo se acerca. O la madre está deprimida y no puede acercarse a sus hijos pero luego se arrepiente y se acerca hasta demasiado. El efecto que producirá en el adulto es el el padecimiento de graves angustias de separación. La clásica codependencia.
El tercer estilo es el del apego angustiado evitador: al sentir el niño que no puede contar con el apoyo ni el afecto de sus padres decide crecer sin necesitar a nadie y así se relaciona en adelante. Son padres que lastiman o angustian mucho a sus hijos. Estos se encierran en una concha y deciden, en adelante, no necesitar de nadie. Y así se relacionan en su vida adulta.
Es importante reconocer cuál ha sido mi estilo. Cómo me sentí siendo niño. Pero es mucho más importante avanzar: no repetir el modelo sí es que fue angustiado o evitador y hacer todo lo que esté en mis manos para moverme de lugar y comenzar a relacionarme más desde el amor y menos desde el miedo.