Es frecuente observar que en ciertas familias hay algún hijo que ya pasa de los 40 años y sigue viviendo en casa de sus padres y depende emocional y económicamente de ellos.
Los motivos pueden ser muchos: alguna dificultad orgánica, alguna lesión que impide la autonomía, una incapacidad para adquirir un trabajo que permita la autonomía. Cuando la situación no está relacionada con la enfermedad es cuando resulta prioritario cuestionarse:
¿El hijo no se va porque depende de uno de los padres y hace una función de pareja, en cierto sentido, de su padre o de su madre?
¿El hijo no se va porque es el medio de comunicación entre los padres y entonces intuye que de irse la unión de los padres terminará por disolverse?
¿El hijo no se va porque teme que al amar a otra persona que no pertenece a la familia está traicionando a alguno de sus padres?
¿El hijo, simplemente, está cómodo y prefiere no esforzarse?
El logro más importante de una crianza se llama autonomía. Ser autónomo significa ser capaces de generar el dinero suficiente para mantenernos a nosotros mismos, lo que implica tener la capacidad de llevar a cabo un trabajo que nos brinde la posibilidad de vivir con dignidad.
Muchos de nosotros sobreprotegemos a los hijos, para que no se vayan. Para no enfrentarnos con nuestra pareja o con nuestra soledad. Y al hacerlo, los estamos despojando de la oportunidad de saber quiénes son, de establecer vínculos de amor, de tener una familia propia, un trabajo que nos permita expresarnos en el mundo: una vida propia. Todos tenemos derecho a ella.
Yo me topé con uno y la respuesta q me dio fue, q él estaba cómodo así , viviendo con su madre. (41)
Y una amistad dice lo mismo siendo mujer, vive con ambos
(50)
Pues si, la comodidad es una gran tentación Lizy.
Gracias rocio. Ya vi q estas en Instagram y te estaré saludando por allá
Enviado desde mi iPad