Dentro de nosotros también ocurren terremotos. Sentimos que algo o mucho dentro se destruye. Se caen ideas, creencias, proyectos, sueños. Sentimos angustia, miedo, ira, tristeza. De un momento a otro ha cambiado todo para nosotros. Si seguimos vivos debemos recuperarnos, aprender, reconstruir mejor y empezar de nuevo con mayores recursos debido a lo aprendido de la experiencia. Mientras hay vida hay oportunidad.
Las causas pueden ser ajenas a nuestro comportamiento o no: la pérdida de un ser amado, el diagnóstico de una enfermedad grave, la infidelidad de una pareja, la pérdida de un trabajo, la traición de un amigo, son sólo algunos de las muchas circunstancias que colapsan el mundo hasta entonces conocido y nos dejan tocar con esa vulnerabilidad que estamos siempre intentando desconocer.
El grado del daño depende de diversos factores: que tan bien cimentada está nuestra vida. Que tanto conocemos sobre rutas de salida, y medios de prevención. Que tantos recursos tenemos para aminorar la crisis. Y desde luego, la medida de reconocimiento de lo que pertenece a nuestra área de responsabilidad y que tanto no es así.
Estar protegidos existencialmente tiene que ver con hacer las cosas bien. Cuidar de nuestro cuerpo y de nuestro entorno. Prevenir posibles emergencias y tener recursos disponibles para enfrentarlas. Así, los daños pueden ser menores.
Duele mucho más cuando no hemos sido responsables. Duele mucho más cuando no hemos hecho las cosas bien.