Nuestro lado desconocido

Todos nosotros desconocemos ciertos aspectos de nuestra personalidad. Mientras menos conscientes somos de estos aspectos es más alta la posibilidad de que aparezcan en nuestra vida cotidiana de modo intempestivo, poniendo en riesgo nuestras relaciones, nuestra paz y hasta nuestra salud.

Conocer estos aspectos de nuestra personalidad, componentes de la llamada sombra, resulta de particular importancia. Es justamente una de las tareas más difíciles de cada ser humano. Yo creo que no tenemos alternativa: o nos enfrentamos a nuestra sombra o ella nos enfrentará y será mucho más doloroso.

A continuación una sencilla propuesta de cómo acercarnos a nuestra sombra, reconociendo que es una labor de toda una vida, no es un trabajo que se lleve a cabo una vez y ya, por el contrario, es un trabajo que debe hacerse día a día:

1. Revisar cuando sentimos un rechazo hacia una persona desconocida: es muy probable que en realidad nos esté enfrentando con un aspecto propio que nos disgusta de nosotros y que no nos atrevemos a considerar. En lugar de limitarnos a sentir el rechazo, lo ideal sería reflexionar, ¿que tiene esta persona en común conmigo?

2. Analizar nuestros remordimientos emocionales: cuando sentimos esa cruda moral por haber dicho o hecho algo que no es lo adecuado y nos sentimos avergonzados de nosotros mismos. Son momentos duros pero valiosos, nos evidencian verdades sobre nosotros mismos. Es necesario reconocer esas fallas y preguntarnos: ¿que necesidad estaba llenando al hacer eso? ¿que carencia tengo para haberme comportado así?

3. Cuando reaccionamos de manera desproporcionada ante una situación o un rasgo de otra persona. ¿Es que yo hago «eso» que me cae tan mal del otro?, ¿Será que esta persona es un espejo de algo que yo no quiero ver de mi?

4. Ante nuestras conductas compulsivas: al comer de más, beber, fumar, estamos intentando llenar un vacío, estamos intentando aplacar una voz que nos habla de algo que debemos cambiar, de una conducta concreta que necesitamos revisar, de un sentimiento que no nos atrevemos a enfrentar y apaciguamos esa voz con nuestras adicciones.

5. Cuando hacemos una broma, un chiste, nos reímos de alguien: la verdad es que ahí se está manifestando un sentimiento que no deseamos admitir. Casi siempre es envidia. Reconocer que alegrarnos por el dolor del otro o lastimarlo con nuestro aparente sentido del humor es en realidad envidia, implica un acto de humildad. Preguntarnos entonces ¿que le envidio? y trabajar en esta emoción es indispensable sí deseamos estar más integrados y ser mejores seres humanos.

6. En nuestro síntomas físicos: el cuerpo es chismoso. Dice lo que nosotros no hablamos. Si nuestras células pudieran hablar, ¿que dirían?. Dedicarse a la tarea de admitir nuestras emociones, sentirlas, llorarlas, reconocer que estamos enojados, que sentimos miedo, para que nuestro cuerpo no tenga que hacer la tarea por nosotros.

Nuestra sombra se va a manifestar tarde o temprano. En la crisis de la mitad de la vida irrumpe en formas de depresión, tristeza, angustia, desesperación. Nos está informando sobre los aspectos que hemos descuidado.Nos está urgiendo a tomar conciencia de todo lo que hemos ignorado de nosotros mismos. Es la noche oscura del alma.

Enfrentarse a la propia sombra equivale a morir un poco. A dejar que muera la ilusión de no ser eso que creemos que somos, a sentir el dolor de nuestras fallas, a reconocer todo lo que nos hace falta trabajar en nuestra persona.

Cabe reproducir aqui este maravilloso pensamiento de Giorgio Bassani: «En la vida, para comprender, comprender de verdad, cómo son las cosas de este mundo, debes morir, por lo menos una vez. Conque, siendo ésa la ley, mejor morir joven, cuando aún tienes tanto tiempo por delante para levantarte y resucitar…»

Indefensión aprendida

El concepto de indefensión aprendida es relativamente nuevo en la psicología y se refiere a la situación que vive una persona que es dominada por otra y en la que la persona sometida ya ni siquiera intenta defenderse por creer que no va a lograr nada. Es muy triste vivir una situación así y la ignorancia del fenómeno lo agrava.

Vivir la «indefensión aprendida» con el otro es el resultado de diversos componentes, entre los que destacan:

1. La persona sometida ha interiorizado los deseos y los valores de quién los domina, incluso considera necesario anticiparse a ellos. Esto significa vivir muy pendientes del estado de ánimo del otro: no se vaya a enojar si no le doy esto o hago aquello. También supone que considero que lo que el otro quiere es mucho más importante que cualquier otra cosa, incluso que lo que yo quiero.

2. La persona sometida ha aprendido que defenderse no sólo resuelve la situación, sino que incluso la agrava. Es decir, sus primeros intentos por defenderse u oponerse a la voluntad del otro no funcionaron y entonces ya no se intenta de nuevo por considerar que no hay modo de tener éxito.

Es indispensable reconocer que la tolerancia a la violencia depende de su identificación. No podemos oponernos a lo que no existe. La violencia no siempre es manifiesta con golpes o maltrato físico. La violencia se da en las relaciones de modos muy sutiles que van desde el maltrato verbal hasta la indiferencia y el silencio cómo modo de dominar al otro. Un gesto, una palabra, un silencio o una actitud pueden causar heridas muy dolorosas y hasta daños permanentes.

Identificar la violencia es el primer paso para erradicarla: cualquiera de los siguientes comportamientos, entre otros, son violentos:
* los comentarios agresivos e hirientes sobre tu aspecto físico,tu modo de ser y tu modo de actuar
* las limitaciones que otros te imponen para que te separes de amigas, amigos, familia o compañeros de trabajo, argumentando sin ninguna evidencia que no son positivos para ti
* las presiones para que cambies de comportamiento a través de la manipulación
* las amenazas de dejarte, de no darte dinero, de que alguien se va a quitar la vida sí lo dejas o de castigarte de algún modo
* los cambios bruscos de humor del otro, que te atribuyen cómo si tu fueras la culpable
* humillaciones de cualquier tipo
* las intrusiones a tu vida privada: cómo leer tu correo, revisar tu cartera, escuchar tus llamadas, etc.
* los silencios de indiferencia, los gestos de desaprobación, el no compartir contigo su mundo, el menospreciarte
* toda violencia o maltrato físico
* forzarte a tener relaciones sexuales o a tenerlas de modos que tu no deseas
* discriminarte por tu orientación sexual, tu posición económica, tu trabajo, tu raza, tus orígenes, etc.

La lista puede ser interminable, lamentablemente, las personas podemos desarrollar violencia en nuestras relaciones incluso sin estar conscientes de ello. Debemos revisar continuamente nuestros modos de actuar con los demás. Debemos estar muy atentos a lo que sentimos. Sí te sientes triste, deprimido, agotado emocionalmente, asustada, y especialmente sí sientes que estás todo el tiempo atenta al estado de ánimo de la otra persona y te preocupa que se vaya a enojar, a salir de control, a enfurecer o a violentar: cuidado.

En el momento en el que le cedes al otro el poder sobre tu estado de ánimo, en el momento en que tu atención está puesta en detectar cualquier cambio de humor del otro, es seguro que puedes saber que estás viviendo una situación de violencia. Y es, muy probablemente, el momento en el que debes pedir ayuda profesional, porque si permites que esto continúe, te aseguro, la violencia no se arregla por sí sola y en muchas ocasiones la persona agresiva no cambia. No se va a arreglar sí lo hablan, no se va a arreglar si tu cambias. Es muy duro aceptarlo: a veces, la persona violenta NO va a cambiar.

Cuidar de nosotros mismos es nuestra más grande responsabilidad. Sí somos infelices, vamos a hacer muy infelices a otros. No culpemos a los demás por nuestra incapacidad para poner límites.

Hagamos las paces con nosotros mismos. Yo creo que amarse a una misma es una tarea a la que no debemos renunciar, el precio que se paga por no quererse a una misma, es demasiado alto. Creo que si cada uno de nosotros nos hacemos responsables de nuestra propia paz interna, esto se reflejará en la humanidad entera.

Abrirte al amor

Con mucha frecuencia escucho discursos relacionados con el temor a la soledad. Ni duda cabe que es un miedo existencial: es decir, todos nosotros, estamos separados de los demás en estricto sentido, y esta separación nos lleva a sentir la necesidad de compartir nuestro mundo interno con los otros. Cuando logramos comunicarnos y sentirnos tocados por el otro, superamos ese temor a la soledad.

La soledad no tiene que ver con vivir en compañía o con estar en compañía. Hay familias de personas desoladas muy bien organizadas. Hay parejas que están lejísimos uno del otro aunque vivan juntos. El sentirse desolado tiene que ver con no estar abiertos al amor.

La sociedad moderna, que es consumista por excelencia, ha desarrollado estrategias para evadir el sentimiento de aislamiento que al invadirnos, puede entristecernos, preocuparnos y hacer que nos sintamos abrumados. Así, nos invade e intenta convencernos de que si pesamos tantos kilogramos, o conducimos determinado automóvil, o usamos cierta crema en nuestro rostro, seremos más queridos y ya no nos sentiremos solos. Es una de las mentiras más grandes que existen.

La respuesta no está en el consumo. Tampoco en el éxito. Hacer una carrera desenfrenada por tener dinero o posesiones que nos hagan sentir menos solos no es el camino. Incluso puede ser contraproducente. Invertir en lo superfluo tampoco ayuda. De hecho el vacío existencial suele surgir como consecuencia de estar viviendo hacia «afuera», es decir, pretendiendo alcanzar el aprecio de los demás a través de nuestros logros profesionales o económicos.

Esto no significa que no sea prioritario obtener los recursos económicos indispensables para alcanzar un nivel de vida digno, o que no procuremos ser mejores en nuestro trabajo día con día: lo esencial es distinguir mis motivaciones, y tener clara conciencia del para qué de mis acciones: es decir del sentido de cada uno de mis actos.

Superar el aislamiento existencial es posible sólo a través de la comunicación abierta y profunda con el otro. Y debemos saber que se supera por instantes y luego regresamos a estar solos, con nosotros mismos, que no desolados: que es estar sin nosotros mismos. Tenerte a ti mismo significa estar en paz con tu conciencia. Actuar de tal modo que sientas un orgullo interno de haber hecho lo correcto. Para esto necesitamos tiempos de soledad para poder analizar nuestras acciones y decidir cómo deseamos ser y vivir.

Ser primero tu amiga, cuidar de ti, conocer tus necesidades y hacerte responsable de tí misma es prioritario. Pero también, y al mismo tiempo, abrirte al amor. ¿Cómo?

Creo que la única manera es intentar estar con quién estoy en ese momento preciso. Sí estoy con mi amiga tomando café, no debo distraerme, debo concentrarme en su conversación, escucharla y también compartir mis pensamientos y mis sentimientos. No olvidemos que no compartir mi mundo interno me aleja de los otros. Y también expresarle mi amor, mi gusto y agradecimiento por estar con ella.

Y así, con cada persona que me encuentro. Sí vivo con otras personas intentar estar, de verdad estar, en cuerpo y alma con los otros. Puede ayudar mucho el abrazar al otro. Un abrazo cura, calma, nutre.

Abrirse al amor es una decisión. No confundamos el hecho de no tener pareja con el de no estar abiertos a dar y a recibir el amor de los otros. No creamos que sí no tenemos una familia perfecta no merecemos el amor. No te equivoques pensando que si viviste una infancia dolorosa o una o más experiencias difíciles en tu vida no eres digno de amor. Así como sí no tenemos una extraordinaria posición económica o una abrumadora belleza.

Abrirse al amor es reconocer que quiero ser amada. Es reconocer que necesito del cariño de los demás. Es reconocer que sentir la compañía y la cercanía de quiénes me quieren es el alimento más importante para el alma.

Vivir no es tener logros todo el tiempo. Vivir es sentir. Y sentir amor depende de nosotros. Libérate del miedo a ser vulnerable, amar es arriesgarse a ser lastimado, amar es reconocer que necesito amor, amar es exponerse con el otro, pero de no hacerlo, corremos el más terrible riesgo: el de estar muertos en vida.

El arte de escuchar

«Hablar es una necesidad, escuchar es un arte» escribió Goethe. En mi trabajo diario me encuentro con frecuencia con que las personas nos sentimos poco escuchadas. Con que tenemos emociones, sentimientos, frustraciones, sueños, ideales que no podemos expresar porque no encontramos un interlocutor que nos preste su atención.

Comunicarse descansa mucho más en el escuchar que en el hablar. En realidad el que escucha es que el dirige todo el proceso de la comunicación. Es ususal confundirnos y creer que sí el otro está en silencio, me está escuchando. Escuchar es oír más interpretar. Escuchar es un proceso activo, no pasivo. La brecha entre lo que se dice y lo que el otro entiende es grande, y se puede hacer mucho más grande sí la llenamos con prejuicios, creencias, suposiciones y desconfianza.

Es un error común dar por sentado que lo que escuchamos es lo que el otro dijo, y que lo que decimos fue entendido por el otro. El antídoto contra el sentimiento de aislamiento es aprender a escuchar. Sí desarrollamos este arte, lograremos relaciones más profundas basadas en comunicaciones reales, no en meros intercambios de información.

Hay algunas claves que pueden ayudarnos a escuchar mejor:
1. Reflexionar en la inquietud de quién habla. La persona que está hablando lo hace por algo. Algo la inquieta, le preocupa, le afecta, está elaborando una experiencia y de ahí que necesite compartirla.
2. Hacer preguntas que nos permitan comprender esa inquietud. Al preguntar le aseguramos al otro que estamos escuchando y que deseamos comprender su mundo interno.
3. Comprometernos con quién está hablando. Sí te escucho, debo hacerme cargo de lo que estoy escuchando. No puedo ni debo ser indiferente a tus palabras. Debo intentar contribuír en la elaboración de tu inquietud.
4. Acepar que el otro es diferente, legítimo y autónomo. Sí! El otro tiene sus ideas, sus emociones, sus derechos y piensa y vive de modo diferente a mí. No puede ni debe pensar cómo yo.
5. No distraernos. Interrumpir, contestar un teléfono, escribir mensajes en nuestro teléfono, desviar la mirada y muchos otros gestos son demostraciones de indiferencia, de arrogancia, de no estar entendiendo el valor que tiene que otro ser humano me esté abriendo su mundo interno al hablar conmigo.
6. No tener prisa. Es mucho mejor decirle a la persona: en este momento no puedo escucharte, pero en este otro momento quiero estar contigo y escucharte, a estar con ansiedad y lastimar al otro por no escucharlo dignamente.
7. No adivinar ni adelantar conclusiones: solemos estar pensando en nosotros y no en el otro. Solemos adivinar que sigue en la historia. Somos impacientes y además nos creemos poseedores de la verdad. Eso lastima, corta la comunicación.

No olvidemos que una relación es una conversación. Nos gusta estar con quién nos escucha. Es cuando nos sentimos queridos y aceptados.
Hay un proverbio italiano que dice: del escuchar proviene la sabiduría y del hablar el arrepentimiento. Jamás te vas a equivocar cuando escuchas con atención y respeto al otro. Cuando hablamos, podemos cometer graves errores.

Sea ésta una invitación a desarrollar el arte de escuchar. Segura estoy que podemos, con nuestra escucha activa, llevar consuelo y alivio a otras personas, contribuyendo a parar un poco, el sufrimiento del mundo.

Estrategias para responder a las críticas

Una de las situaciones más complejas a las que nos enfrentamos en las relaciones con los otros es la de la crítica.

Que nos critiquen nos intimida y si no sabemos cómo responder a la crítica podemos cometer errores serios que agraven la situación.

He aquí algunas estrategias de respuesta a las críticas, tomando en cuenta dos factores: la evaluación de sí la crítica es constructiva o hecha con mala voluntad y tener especial cuidado en el tono con el que se va a responder a la crítica. Sí el tono es agresivo, violento o sarcástico entonces se va a generar una discusión o una competencia de agresiones que no resultarán en nada bueno.

1. Sí la critica es justificada pero no quieres seguir hablando del tema:
Elaborar y decir una frase explicativa en la que estén estos tres elementos:
Reconocer
Repetir
Explicar
Ejemplo: tienes razón, me equivoqué en esto y creo que fue porque no puse la atención debida.
Cuidado: no des demasiadas disculpas, demasiadas explicaciones. Es una frase explicativa, cuando se dan explicaciones de más nos mostramos inseguros ante los demás.

2. Si lo que quieres es que el otro deje de ser tu crítico y se convierta en tu aliado:
Reconoce
Pregunta
Ejemplo: tienes razón, lo hago mal…. pero: ¿tú que crees que debo hacer para mejorar?
Cuidado: no admitas respuestas vagas. Pide respuestas claras y concretas.

3. Sí el otro tiende a generalizar cuando te crítica:
Reconoce
Aclara
Ejemplo: estoy de acuerdo contigo, me equivoqué en esto, pero eso no significa que yo sea…

4. Sí el otro está cometiendo abuso verbal, es decir, te critica todo, insiste en la crítica o está siendo agresivo.
Admite sólo lo que consideras válido
No menciones lo que no consideras válido
Aplaza la discusión para otro momento
Ejemplo: Sí, puede que tengas razón en esto pero: ¿te parece que lo hablemos en otro momento?

Es fundamental que en cualquiera de los cuatro casos cuides tu tono, que no sea agresivo, que establezcas contacto visual con el otro, que uses un tono de voz audible y claro y que tu tono emocional sea firme y claro.

Una crítica justificada es un regalo. Debemos aprender a aceptar con humildad y agradecer a quién lo hace porque está haciendo algo que puede ayudarnos muchísimo a mejorar. No siempre somos objetivos para conocernos y gracias a esas críticas constructivas podemos cambiar y crecer. Incluso es conveniente solicitar la crítica cuando no estamos tan seguros de nuestra actuación en determinada circunstancia.

Una crítica mal intencionada es una agresión y jamás debemos permitir las agresiones de otros. Así como debemos desarrollar estrategias para establecer límites, especificar con lo que no estamos de acuerdo y respetar nuestros sentimientos.

Aprender cómo comunicarnos mejor siempre beneficiará nuestras relaciones. Reconocer nuestros errores es el primer paso para ser mejores. Preguntar al otro y convertirlo en nuestro aliado, es, casi siempre, la estrategia más inteligente.

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