Sobre proteger a los hijos resulta siempre mal: el mensaje que les damos al hacerlo es que ellos no pueden, que son tontos, que son incapaces.
Los padres tenemos motivos inconscientes para sobre protegerlos, algunos de ellos son:
- Compensar las culpas que me ha provocado el haber trabajado mucho y por tanto no haberle dado tiempo de convivencia.
- Compensar la culpa que me provoca el haberme divorciado.
- Compensar la culpa que me provoca el encontrarle pocas cualidades o demasiados defectos.
- Compensar mis carencias de infancia y/o juventud.
- Sentirme omnipotente: desde ahí eso tan absurdo de decir «a mi hijo no le va a faltar nada», olvidando que precisamente crecemos a raíz de la frustración.
- Compensar mi preferencia por alguno de sus hermanos.
- Compensar la falta del otro progenitor, pobrecito, no conoce a su padre o a su madre.
Lamentablemente, el compensar permitiéndole hacer lo que quiera, no ponerle límites, no exigirle nada, permitir groserías, faltas de respeto y abusos emocionales no le sirve para nada. Muy por el contrario lo perjudica porque va perdiendo el sentido de realidad, porque los de afuera no van a tolerar sus comportamientos inadecuados. Porque se va a sentir un fracasado.
Sólo crecemos y tenemos posibilidad de ser plenos cuando nos esforzamos por conseguir las cosas y sentimos la satisfacción inmensa de cumplir con nuestras tareas. Eso no se puede lograr en la sobreprotección.
A nuestros hijos les debemos educarlos, frustrarlos para que tengan hambre: hambre de superarse, de ser mejores personas, de aprender a trabajar, de autonomía.
Es importante reflexionar sobre nuestros motivos para sobre protegerlos y corregir estas conductas que hacen tanto daño.