Relaciones y conflictos: oportunidades

Las personas crecemos a través de nuestras relaciones con los otros, particularmente, cuando somos capaces de enfrentar y desafiar los conflictos. Una persona que no se involucra con los demás está cerrando toda posibilidad de crecimiento. Puede estar muy cómodo, pero sin ningún reto a vencer y por lo tanto estancando su desarrollo.

Necesitamos relacionarnos y como consecuencia de ello surgen conflictos: es inevitable. Cuando esperamos que no surjan conflictos en una relación en realidad no estamos entiendo el sentido profundo que toda relación encierra.

Las personas con las que me relaciono se convierten en un espejo en el que puedo conocer esos aspectos de mi que podemos llamar puntos ciegos. Cuando el otro evidencia esos aspectos desconocidos de mí es cuando el conflicto aparece. Porque el otro me hace caer en cuenta de mis debilidades, de mis fallos, de mis incongruencias. Sí mi ego es muy frágil y por lo tanto no soy capaz de admitir mis errores, entonces intento imponer mi punto de vista, el otro no lo acepta fácilmente y comienza una lucha que a veces parece no tener solución. En otros momentos, el otro se retira, cansado de querer solucionar las diferencias, y nos vamos quedando solos.

La clave para aprovechar la oportunidad que una relación me da para crecer está en está en la dedicación absoluta a la verdad.
Esto significa ser honesta conmigo misma y con el otro. Al escoger el camino de la verdad, las relaciones se convierten en un modo de conectarnos con nosotros mismos y con los otros que nos hará expandir nuestra personalidad.

Casi nada es más dañino para una relación que vivirla bajo la expectativa o el supuesto de lo que «debe ser». Decimos que una buena madre es la que actúa de tal modo, que un buen marido es tiene o no determinados comportamientos, que una buena amiga se comporta de este o del otro modo. Es muy peligroso suponer cómo deben de ser los demás, o las relaciones mismas.

Somos únicos e irrepetibles y nuestras relaciones también. La gran pregunta sobre cómo debo de manejar una relación no es otra que la de cómo debo de vivir.

El más poderoso agente de crecimiento y transformación es la humildad y la actitud para cambiar: pasar del papel de víctima a ser la protagonista de mi propia historia. Sí ante cada situación de conflicto decido no ser la víctima sino darme cuenta de que este conflicto me está avisando que debo cambiar algo de mí, entonces ese conflicto se convierte en un tesoro, en un maestro que me ha enseñado algún aspecto personal.

En ocasiones el conflicto me está indicando que debo ser más paciente, que debo ser más generosa, que debo ser más valiente, que me falta amabilidad… cada conflicto con otro ser humano encierra esa posibilidad para crecer.

La decisión es sólo mía: puedo aprovechar el conflicto y crecer o hacerlo más grande y perder. Solemos sentirnos más seguros cuando creemos tener la razón, o tener todas las respuestas. Pero la verdad es que en una relación nada puede darse por sentado, por seguro. La naturaleza de las relaciones es exponernos, desenmascararnos, ponernos en contacto con aspectos poco conocidos de nosotros mismos.

Relacionarse implica vivir conflictos, enfrentar conflictos implica crecer. La vida se trata de eso: de crecer y ser mejores, para responder, con sentido y actitud.

La sombra

Todos nosotros tenemos aspectos propios que no hemos reconocido. Algunos de esos aspectos son positivos y reconocerlos nos ayudaría a desarrollarlos y tener entonces una personalidad mejor integrada. Otros aspectos son aparentemente negativos y si los desconocemos pueden tomarnos por sorpresa, descubriéndonos agrediendo o lastimando al otro, casi de forma inadvertida. Esos aspectos, los positivos y los negativos, desconocidos para nosotros, se encuentran en la sombra.
La sombra, desde la perspectiva de Jung, es todo aquello de lo cual no estamos conscientes. La sombra se opone y compensa a nuestra personalidad consciente. Está compuesta de deseos y motivaciones que pueden ser consideradas moralmente inferiores, de fantasías, de resentimientos, de todo lo que no nos hace sentir orgullosos y por tanto reprimimos.

Cuando no tomamos consciencia de estos aspectos, los proyectamos en los otros: la agresión es una de la formas más comunes de proyectar nuestra sombra. Se manifiesta de muy diversas maneras, por ejemplo cuando criticamos severamente a otros, cuando alguien nos cae muy bien o muy mal casi sin motivo aparente, cuando recibimos una critica y pasamos noches sin dormir dándole vueltas al comentario, y en nuestros complejos.

En nuestros sentimientos de superioridad y de inferioridad existe una buena dósis de sombra. Y estos dos sentimientos sólo aumentan la envidia, los celos y los resentimientos.

Es indispensable conocer a nuestra sombra especialmente para no sorprendernos de la cosecha al no darnos cuenta de lo que hemos sembrado.

Revisemos brevemente los casos de los complejos de superioridad y de inferioridad. En el primero nos creemos mejores que los demás: más inteligentes o mas guapos o mejores personas. En el segundo, al compararnos siempre salimos perdiendo: los otros son mejores que yo. difícil saber cuál de estos dos complejos es más peligroso. Lo que es un hecho es que al vivir cualquiera de los dos se generan consecuencias difíciles de asumir: si me he sentido superior al otro y he tenido actitudes en consecuencia, no debo extrañarme cuando ese otro se aleje de mi o esté profundamente resentido conmigo.
Si, por el contrario, he asumido posiciones de inferioridad, acomplejándome ante el otro, entonces iré acumulando resentimientos hacia ese otro, y en un momento dado, si la oportunidad se presenta, seré agresivo e incluso despiadado con ese otro.

Los dos complejos provienen de un pobre auto conocimiento, de la ignorancia de la incapacidad para ser introspectivos. Debemos dedicar más tiempo a conocernos, a escuchar, hablar menos y pensar más. Ser realistas y aprender de la retroalimentación que los demás nos dan. Todos, absolutamente todos, tenemos cualidades y defectos. Y en ocasiones nuestras cualidades pueden ser defectos para ciertas situaciones y nuestros defectos pueden ser cualidades en determinado momento. Hay luz y sombra. Así es y así está bien.
No debemos pretender ser perfectos, debemos aceptarnos y aceptar a los otros: a fin de cuentas, todos reconocemos en los demás aspectos propios, siendo únicos no somos tan diferentes!

Considero que lo esencial es darnos cuenta de lo que hacemos porque con cada acción del presente estamos construyendo nuestro futuro, y procurar estar más cerca de quiénes nos aceptan y no insistir con quiénes no quieren o no pueden aceptarnos. No es tan complicado!

Sanar heridas

A todos nosotros la vida nos ha provocado heridas: vivir es un riesgo y en ocasiones los demás o nosotros mismos actuamos de modo tal que acabamos por lastimarnos.
La única medicina que existe para curar nuestras heridas se llama Perdón, pero no la venden en la farmacia.

Para perdonar debemos decidir perdonar. Es un proceso, es una decisión, es una determinación que liberará nuestra energía.

Todos tenemos heridas: unas leves, otras más grandes, y a veces, unas que parecen incurables. Las heridas dejan cicatrices, y las cicatrices ahí están, para recordarnos de cómo fue que nos lastimamos. Perdonar no es olvidar. Y está bien que no olvidemos cómo fue que nos hicimos daño, para no cometer de nuevo el error.

Es distinto tener la cicatriz a estarla rascando y que la herida se infecte. ¿Cuándo es momento de desapegarse del dolor? Es una pregunta casi sin respuesta: a cada quién le llega su momento de decidir seguir adelante sin el peso del dolor. No hay un tiempo convencional, depende de muchos factores: cuál es la pérdida, quién lo provocó, si fue mi responsabilidad o no, cómo era mi relación con el otro…

Es distinto haber lastimado que haber sido lastimado. Y las dos situaciones dejan huella, son heridas.

Se ha escrito mucho sobre las etapas del duelo: podemos suponer que las personas tenemos ciclos muy parecidos para enfrentar el dolor. Primero lo negamos y queremos pensar que la pérdida no ha sucedido, pero la realidad se impone y la ausencia del otro nos confirma día a día que es cierto que ya no está. Después solemos enojarnos: con quién nos lastimó, con quién se murió, con la enfermedad, o con nosotros mismos. Es mejor estar enojados que negar. La energía del enojo nos habla de vida. Pero no debemos quedarnos enojados demasiado tiempo. Hay quiénes se quedan estancados en alguna etapa y sus vidas dejan de funcionar. A veces, entra la etapa de negociación: hacemos propuestas, fantaseamos, creemos que es posible regresar el tiempo. El daño ya está hecho. Lo que dije, lo que no dije, lo que hice y lo que no hice ya está. No hay «sí sólo hubiera…», por favor no te quedes en esa etapa de estar dandole vueltas y vueltas en la cabeza a lo que hubieras hecho diferente. Todo está ordenado. Todo lo que nos ocurre tiene un sentido. Puede ser que no lo podamos descubrir en el momento y puede ser que nos tardemos muchos años en entender. Pero el que no entendamos no significa que no tenga sentido. Lo tiene aunque yo no pueda verlo.

Después de la etapa de negociación suele venir la de tristeza: depresión, nostalgia, apatía, melancolía, dolor y más dolor. A veces es una especie de homenaje al que se fue: para que sepas cuánto te quiero voy a estar triste el resto de mi vida. A veces es apego: me dejo el marido y no puedo pensar en otra cosa porque todo en mí dependía de tí. Perdí un trabajo y no puedo más que lamentarme por ya no estar en esa compañía maravillosa…
Es una decisión dejar de lamentarse. Es una decisión volver la mirada a lo que si tengo, a lo que sí permanece, a lo nuevo: a las posibilidades que se abren.
Hay que saber decir adiós. Perdonar para liberar toda la energía que se queda en el otro: sea la vida, una empresa o una persona. Recordemos que el perdón es un proceso, pero sobre todo una decisión. En esta etapa el enojo se ha vuelto sobre uno mismo. Estamos enojados con nosotros por haber permitido que nos lastimaran o por haber lastimado al otro.
Algunos de los obstáculos que nos hacen permanecer en ese estado depresivo, y no perdonar, son:
1. Conseguir la compasión de los otros
2. Sentirme tranquilo porque la culpa fue del otro y yo soy muy bueno
3. Señalar lo malo del otro me hace sentir superior
4. Yo no me tengo que esforzar más en la vida

Es fundamental entender que sólo cuando perdone sanaré mi herida.

Sólo cuando perdone pasaré a la última etapa: la aceptación, que significa integrar el acontecimiento a mi vida, cómo parte de mi historia. Significa aprender la lección. Significa encontrar el sentido, o por lo menos creer que lo que sucedió tiene sentido. Significa decidirse a vivir de nuevo. Significa recordar que tenemos cerca personas que nos aman y que no tenemos el derecho a preocuparlas o agobiarlas con nuestro dolor, claro, después de un determinado tiempo.

Sí: la vida es difícil. Sí: a veces vivimos situaciones extremadamente dolorosas. Sí: a veces sufrimos pérdidas irreparables, por causa de la naturaleza, por nuestra causa o por causa de otros.

La opción de quedarnos enojados, deprimidos o estancados no es la mejor.
La mejor es decidir recuperar los pedazos, aprender de la situación, volver a amar, volver a creer, volver a sonreír: perdonarnos y perdonar.

Vale la pena! Lo digo en serio!

Los depredadores

Todos nosotros hemos sido sujetos a la acción de algún depredador, al menos una vez en la vida.

A cambio de un pequeño placer, o de un enfermo placer, aceptamos situaciones y establecemos contratos emocionales desventajosos para nosotras. Y aunque las señales de que esa persona no es más que un depredador sean evidentes, hacemos lo imposible por minimizarlas, por disminuirlas, por palidecerlas. Rechazamos nuestra sabiduría interior, porque no confiamos en ella.

Hay quiénes solo ven lo que es patente. Hay quiénes no saben leer entre líneas o hacen caso omiso de ese mensaje subrepticio, pero que ahí está.

A algunas mujeres nos hace falta una guía que nos ayude a entender estas sutiles situaciones en las que estamos relacionándonos con seres peligrosos, vampiros energéticos, personas que nos hacen daños y creemos que será fácil salir ilesas de tales ataques. Eso no siempre es cierto. Sí nos hacen daño, sí nos lastiman, sí nos hacen sentir mal, nos roban la energía, nos roban dinero, tiempo, amor, alegría de vivir, momentos. Están en todas partes, al acecho.

Sí tu eres ingenuo, sí te han hecho falta caricias, si tienes hambre de amor o de apoyo, ellos te reconocerán al instante, preparan su plan y acabarán contigo.

No hay modo de salir ilesa. Ni aunque tu seas más lista, o más educada, o más culta o más trabajadora o vayas a terapia.

Debemos reconocerlos, y luego decidir que hacer.

He aquí una tentativa de lista de depredadores:

1.Sí es más grande y fuerte que tú: Huye!!. Con ese depredador no podrás. Te vencerá y te comerá y te matará. Es un error común creer que podemos salir ilesas aun en las batallas en las que nuestro contrincante es mucho mayor, tiene más poder y más fuerza. Ante ese tipo de persona lo mejor es alejarse, poner distancia de por medio.

2.Si es más débil que tu. Aunque no quieras creerlo, a veces el depredador es un hijo o una hija que es grosera, o adicta, o flojo, o inútil. Y cómo tu lo ves frágil, débil, necesitado, le permites maltratos, groserías y abusos diversos. Ante estos depredadores debes decidir que quieres hacer. Cuánto de tu tiempo, energía, dinero, amor, escucha y atención estás dispuesta a dar, y bajo que condiciones. La condición para no quedar destrozada ante su encuentro es decidir racionalmente lo que quieres hacer y cuánto estás dispuesta a dar.

3. Sí está enfermo. O es un adicto. Puede ser alguien de tu familia. Y puede estar solo y ser tú la única persona que puede hacerle más fácil la carga. Toma vitaminas!! Vitaminas emocionales, de tiempo, de cariño, pon límites, cuídate. Para resistir hay que alimentarse bien. Y sobre todo: pon límites. O morirás.

4. Sí tiene púas, veneno, garras, colmillos… pero es precioso o rica o guapa o sexy o seductor: retrocede, aléjate, pasa de largo, deja de verlo, deja de pensar en él. Ni un día más. Puede ser ese hombre casado que te dice que que va a dejar a su mujer por tí, o esa amiga que te pide prestado a cada rato pero te atrae porque es muy divertida: este tipo de depredadores se disfrazan fácilmente, y mientras más ingenuas somos, más fácil caemos en sus garras. Sobre todo sí te halagan y te dicen cosas bonitas y tu tienes un ego frágil!!! Si yo te contara…

Todos, insisto, hemos sido víctimas de depredadores de distintos tipos. ¿Hasta cuando? Hasta que logremos decidir y resistir. Hasta que nos creamos que tenemos algo que aportar al mundo, que la vida es corta, que nuestro tiempo y nuestros recursos son muy valiosos y que no merecemos que nadie nos destruya, nos quite nuestros recursos, nos humille o nos haga daño. Hasta que le perdamos el miedo a la soledad.

Hasta que hagamos un trato con nosotras mismas, que consista en amarnos y respetarnos profundamente hasta el último de nuestros días. Hasta que seamos nuestras mejores guardianas, protectoras y cuidadoras. Hasta que, en verdad, perdamos el miedo.

La sobreprotección

Los orígenes de las actitudes sobreprotectoras de los padres para sus hijos son diversos, y van desde la proyección, pasando por la identificación, hasta la incapacidad para reflexionar sobre lo que es bueno para un ser humano.

Cuando hacemos algo por el otro, que el otro puede hacer, lo hacemos dependiente.
Cuando ayudamos al otro, casi siempre, no lo estamos ayudando. lo estamos sobreprotegiendo.
Ayudar debe ser mucho más una actitud de acompañamiento y no de resolver o hacer por el otro lo que éste es capaz.

He visto con mucha más frecuencia de lo que desaría, hijos a los que les han cortado las alas: les dieron todo, no les permitieron desarrollar tolerancia a la frustración. Los padres, para ser populares o queridos, o por mera ignorancia, no los dejaron sufrir ni un poquito.

Sólo crecemos a través del conflicto. Siempre, en todos los casos, es necesario el conflicto para el crecimiento. Una dosis de dolor ayuda mucho a fortalecer nuestra voluntad, nuestro carácter. Nos forja. Nos hace desarrollar nuestros talentos, nos hace reconocer nuestros talentos.

Duele ver jóvenes que ni estudian, ni trabajan. Duele mucho saber que en muchos casos es una consecuencia directa de unos padres que en el fondo no desean que sus hijos crezcan, porque quieren que se queden con ellos para siempre. Es un crimen limitar así una vida. Es cortarle las alas a un gorrión e impedirle volar.
Debemos ser más valientes y saber que a nuestros hijos, les debemos autoridad.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar