Cuando jugar deja de ser un juego

La ludopatía es el trastorno que consiste en no poder dejar de jugar en casinos a pesar de saber que estamos poniendo en riesgo nuestra economía y nuestras relaciones y de padecer múltiples pérdidas.

Está clasificado cómo un Trastorno de control de impulsos y entre los síntomas se encuentran: preocupación constante que consiste en pensar mucho en el juego, tolerancia que significa necesitar jugar más tiempo y apostar más, abstinencia que significa sufrir cuando no se puede jugar, necesidad de jugar para calmar sentimientos de angustia y necesidad de revancha: creer que se va a ganar todo lo que se ha perdido.

Es una adicción sin sustancia química externa pero no por ello menos grave. La persona que padece este trastorno sufre inmensas pérdidas de tiempo, de dinero y de energía, descuida sus relaciones y el orden en su vida. Quién lo padece, niega que esté viviendo un problema. La jugadora va elaborando diversas mentiras para que sus familiares no se den cuenta de la gravedad del asunto. Hay una enorme necesidad de evadir las emociones y el juego nos permite reprimir lo que tanto nos está doliendo en nuestra vida.

A-dicción: no decir. Una persona con este trastorno en realidad está intentando dejar de sentir las emociones que la frustración de su vida le provocan. Cuando no expresamos lo que sentimos desarrollamos adicciones y enfermedades. Además, hay máquinas y juegos que son especialmente adictivos y eso nadie nos lo dice.

Vivir es difícil. Sin duda. Vivir es sentir y sentir, a veces, es doloroso. Damasio escribió: «las emociones no son un lujo, sino un complejo recurso para luchar por la existencia». Y así es, nuestras emociones son indicadores de lo que nos pasa, sí las escuchamos podemos hacer cambios pero si nos las escuchamos y no las expresamos nos enfermamos.

Sí necesitamos jugar cada vez más,sí jugamos más de 15 minutos a la semana y vamos elevando nuestro nivel de apuesta, si nos sentimos muy irritadas por no poder jugar, es seguro que tenemos un trastorno importante que nos llevará a padecer mucho sufrimiento.

Sí este es tu caso, es indispensable que busques ayuda psicológica profesional porque es imposible salir sola de una adicción al juego. Las consecuencias en caso de no recibir un tratamiento son devastadoras: jugar deja de ser un juego cuando tu sabes que ya no puedes parar. Las pérdidas no serán sólo económicas: tus familiares te perderán y tu te perderás a ti misma, tenemos la oportunidad de hacer de nuestras vidas una obra de arte, no debemos arriesgarnos, no es un juego.

Como pedir perdón

Somos seres en desarrollo y día a día vamos enfrentándonos a situaciones nuevas, diferentes, en las que estamos obligados a actuar, a decidir, a responder. No tenemos un instructivo grabado dentro de nosotros para saber cómo actuar de la mejor manera.

Algunos, hemos dedicado tiempo y esfuerzo en reflexionar sobre quiénes queremos ser y cómo queremos portarnos con las demás personas. Y tenemos entonces una idea, una guía, una escala de valores. Para algunos de nosotros, es muy claro que no deseamos lastimar a otros con nuestras palabras y nuestros comportamientos. Me cuento entre ellos. Y sin embargo, lo hacemos. En medio de una conversación, de una reunión, en algún momento de un día difícil, provocado por la superficialidad o el estrés, cometemos un error. Y lastimamos a un ser querido.

El remordimiento, la conciencia de haber hecho algo que nos duele, el dolor de ser nosotros los causantes del dolor de otro, es enorme. Debemos darle un sentido. El primer sentido es aprender la lección. Reflexionar sobre los detonantes que nos llevaron a hablar sin pensar o a cometer aquella acción. El segundo es tener la humildad suficiente para pedir perdón.

La condición indispensable para pedir ese perdón es reconocer a cabalidad la acción cometida. Se debe elaborar un breve pero sustancioso discurso en el que, con el corazón en la mano, le digamos al otro: «reconozco que dije esto o que hice esto que te lastimó, me duele haberlo hecho y lo lamento en verdad. Me doy cuenta que me equivoqué y cargo con ello».

El otro, al saber que estamos conscientes del daño cometido y que sentimos dolor sincero por ello, sabrá perdonarnos y habremos crecido en responsabilidad.

No dejes que tu soberbia te impida decir lo siento. Las relaciones son muy complejas y todos dañamos, sin intención, a los que más amamos, pero en ese camino de humanizarnos, de ser mejores, existe la maravillosa posibilidad de reconocer que nos equivocamos y que podemos reconocerlo.

Saber envejecer

Reflexionar sobre el envejecimiento es tarea para todos los seres humanos, que día a día estamos envejeciendo. De hecho, es una experiencia básica de toda persona.

Cuando no se ha aprendido a vivir a plenitud en la juventud resulta muy difícil lograrlo en la vejez. Las personas que se quedan con remanentes de vida no vivida se amargan con el paso de los años y se convierten en seres envidiosos de los jóvenes.

Para Jung, la vejez es el tiempo de aceptar las limitaciones, de terminar por liberarse de las prisiones del ego y de mirar hacia adentro, con una actitud de profunda reflexión y de cumplir con la tarea de llegar a ser quiénes realmente somos, más allá de nuestras posesiones que nos separan de nosotros mismos.

La primera condición para saber envejecer consiste en la aceptación plena de la realidad. Sólo desde una mirada realista a nuestra condición estamos en posición de aceptar y tomar postura sobre nuestra vida. Quién no se ha aceptado con todas sus limitaciones no logrará envejecer adecuadamente.

La segunda condición es el desprendimiento. Practicar el desapego ya que la vida consiste en ir soltando desde objetos, posesiones, ideas, capacidades, proyectos y personas. Liberarse de ataduras que nos separan de nuestra esencia. Quién hoy se aferra a lo superfluo sufrirá mucho en la vejez.

La tercera condición es liberarse de pendientes emocionales: pedir esos perdones que nos atormentan, liberarnos de secretos y mentiras que son lápidas pesadas sobre nuestros hombros y agradecer y reconocer todo lo que nos ha sido dado.

Llegar a viejo no significa dejar de crecer, por el contrario, significa dejar atrás el pasado para empezar de nuevo. Sólo reconociendo que nuestro crecimiento espiritual no ha terminado y que precisamente por eso seguimos vivos, alcanzaremos la paz.

Relaciones y ambivalencia

Las relaciones humanas están teñidas de ambivalencia. Esto significa que hay sentimientos encontrados: una mezcla curiosa de amor-odio.
Sentimos hacia el otro,a momentos, mucho cariño, apego, deseos de compartir, empatía. Ese otro puede ser un hijo, una pareja, un progenitor, un amigo, un compañero de trabajo. Un momento después, la misma persona nos despierta enojo, coraje, desilusión, apatía.

Lidiar con estas emociones requiere de madurez, de inteligencia emocional, de paciencia y de tolerancia.

En primer lugar debemos entender que esto es lo normal, y que no somos malas personas ni estamos locos por sentir lo que sentimos. Hay una lucha eterna entre dependencia y autonomía, entre apego y desapego.
Lo siguiente es aprender a manejar las emociones, especialmente las de desamor hacia el otro y no manifestarlo de modo agresivo. Tomar un poco de distancia, de aire, descansar un poco.

Es fundamental saber que NO somos lo que sentimos. Los sentimientos son pasajeros y una buena relación es en la que hay un 60% de emociones positivas y un 40% de emociones negativas hacia el otro. Ese es un porcentaje muy razonable.

No les creas a quiénes te dicen que son 100% felices, o que su relación de pareja es 100% amor. La perfección no existe: o mejor dicho, sólo se puede amar lo imperfecto.

El ego

Para la psicología profunda el ego es un complejo, es decir, un conjunto de ideas, pensamientos, emociones, sentimientos e imágenes alrededor de la idea que tengo de mi persona. Pocas instancias son tan difíciles de describir. Podemos aceptar que el ego es es que «yo creo que soy». Muchas veces, la idea que tenemos de lo que somos no corresponde a la realidad.

Algunos creen ser mucho mejor de lo que son, o tener más cualidades de las que en realidad tienen. Les llamamos narcisistas. Otros se creen mucho menos y se sienten inferiores. En ambos casos, lo que ocurre es que se tiene un ego mal construído. Un ego mal construído es una barrera que impide relacionarnos bien con los demás.

Un ego bien construído puede identificarse cuando la idea que tenemos sobre quiénes somos se acerca bastante a la realidad.
Cuando el ego está mal construído la persona se torna frágil y por tanto defensiva. La más leve crítica la pone muy mal. El rechazo más sutil es interpretado como una terrible agresión. Lo que es más: se «intuyen» o adivinan pensamientos de los demás, que normalmente no corresponden a la verdad.

Trabajar para pulir nuestro ego será siempre una redituable inversión. Algunas ideas:

1. Pregunta a personas de confianza sobre tus defectos o virtudes, esto te ayudará a conocerte mejor.
2. Acepta y reconoce tus errores, la humildad es tu mejor compañera para crecer.
3. Reflexiona sobre las críticas que has recibido: ¿tiene razón el que la hizo?
4. Recibe los cumplidos sin dar explicaciones.
5. Date cuenta de cómo hablas de ti misma. Esto te revelará mucho de cómo es tu ego.
6. Organiza una «Egoteca» para los días tristes: un álbum en donde guardes tarjetas lindas que te han escrito, flores, cumplidos que recibes.
7. Reconoce que nada es blanco o negro. Hay muchos matices en cada uno de nuestros defectos y de nuestras virtudes. Afortunadamente, cada día hay una nueva oportunidad para cambiar y aprender.
8. Habla menos y escucha más.

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