Cada persona que entra a tu vida…

Todas las personas con las que nos encontramos a lo largo de la vida aparecen frente a nosotros para algo.
Hay un sentido en cada encuentro. No es casualidad, cada encuentro encierra un misterio y sobre todo una lección.

Unas personas aparecen para tocar nuestra alma y cambiar nuestra vida para siempre a raíz del encuentro con ellas.
Otras vienen a darnos mucho más amor del que nosotros les podemos dar.
Otras vienen para enseñarnos una lección: gracias a su modo de ser, tuvimos que aprender a ser diferentes.
Unas personas nos enseñan a ser menos ingenuos y a no confiar del todo en los que pueden ser peligrosos.
Otras nos enseñan que debemos estar atentos a protegernos porque no hablan un lenguaje claro o nosotros no sabemos decifrarlo.
Otras nos hacen ver que tenemos algo que ofrecer y que nuestro cariño puede ser importante para ellos.

Algunas personas vienen a despertarnos: nos enseñan nuevos modos de pensar y de vivir y enriquecen nuestra vida profundamente.

Unas personas te quieren porque existes: te quieren incondicionalmente desde el primer momento. A esas personas debes quererlas mucho porque te están dando lecciones sobre el amor, lecciones muy importantes. Quiérelas mucho.

Otras personas no te van a querer: o les vas a caer muy mal. Porque eres la depositaria de sus proyecciones, porque les recuerdas algo que no han trabajado de sí mismas, porque tu presencia les advierte que se han descuidado. Intenta no engancharte con su dolor. Observa, protégete y no te lo tomes personal. Y sí te hacen daño, recuerda que es porque tu se los permites, perdónalas y perdónate y reconoce cómo lo que te han presentado han sido obstáculos ante los que has tenido que crecer y superarte.

Algunas otras te han lastimado o han abusado de ti debido a tu inocencia, a tu fragilidad, a tu descuido. ¡Cuánto has aprendido con ellas!

Otras te lastiman porque tu estás recibiendo de ellas algo que no puedes darte por ti mismo. Y esto va a suceder hasta que tu lo decidas.

Agradece cada encuentro. Reconoce el privilegio del encuentro. Reconoce lo hermoso que es estar con personas que te quieren.

Unas personas se quedan muy poco tiempo cerca de ti pero dejan huellas profundas en tu alma.

Intenta que cuando otra persona se cruce en tu camino tú enriquezcas su mundo. Y reconoce que, en todo caso, es un privilegio enorme el intercambiar palabras, pensamientos, ideas, con el otro.

Hay una persona que estará contigo siempre: es a la que debes conocer más y cuidar mucho. Debes quererla, respetarla, aceptarla y relacionarte bien con ella. Tiene mucho que enseñarte. Y quiere que la quieras. Esa persona eres tú.

El proceso de la separación

Separarse de una pareja es tan difícil que muchos no lo hacen. Separarse es doloroso. Una separación va a despertar miedos: a cambiar de casa, a la situación económica, a que va a pasar con los hijos, a lo que van a decir nuestros padres, a perder prestigio, a perder amigos, a lo que van a decir nuestras amigas, a la soledad, a no volver a amar, a no volver a sentirse amado. Y el miedo más importante: a perder mi identidad.

En nuestra sociedad, la identidad se forma en gran medida a partir de una pareja. Soy la novia de… o la esposa de…
Si me separo o me divorcio: ¿quién soy?
A todo esto se suman los prejuicios contra el divorcio. «Como quiera que sea es un fracaso» dicen unos. «¿Cuándo vas a rehacer tu vida?» preguntan otros.
Pues no. Me niego a pensar que sea un fracaso. Me niego a pensar que una vida se deshaga. Los que nos divorciamos seguimos vivos. Nuestra vida no está deshecha.

Una relación termina por razones legítimas. Un final es un proceso derivado de muchos malentendidos, de falta de comunicación, de conflictos. Cuando se da la separación física ya ha pasado mucho tiempo de la separación emocional.
Una separación es una de las experiencias más difíciles de la vida, y es un proceso que atraviesa por las siguientes fases:
1. Negación: no puedo creer que esto me está pasando a mi. Les pasa a los otros, pero no ami. No puedo creer que me sea infiel. No puedo creer que ya no me quiera. No puedo creer que después de tantos años me voy a quedar sola. No puedo creerlo.
2. Enojo: tú no me puedes hacer esto a mí. Tú me prometiste estar en lo próspero y en lo adverso, yo me he portado bien contigo.
3. Negociación: haré lo que sea pero no me dejes. Sigue con ella y conmigo. Olvida mis quejas, vamos a una terapia de pareja, vamos a un viaje, comencemos de nuevo.
4. Tristeza: nunca voy a dejar de llorar. Nunca voy a reír otra vez. No podré con esto. Mi vida ya no tiene sentido.
5. Aceptación: enfrento que esto sí se acabó. Sé que no volverá. Esto es lo que tengo.

Estas etapas se describen fácilmente, vivirlas es muy duro. Es complicado. Regresas a la uno, saltas a la tres, tocas la cinco y vuelta a empezar.
Pasan. Sí pasan.

Algunas recomendaciones para pasar por el proceso son:
1.Busca apoyo en tus viejas amistades. Hay personas que te conocieron cuando eras soltero y que te quieren sólo por ti. Ellas te ayudarán a reconstruir tu sentido de identidad.
2. Busca nuevas amistades. También empiezas a ser otra persona. La misma pero con una experiencia de vida más. Habrá quiénes ya hayan pasado por esto y pueden enseñarte mucho. Busca modelos que lo estén haciendo bien.
3. Busca actividades nuevas: una clase diferente, la práctica de algún deporte. Algo que no habías explorado del mundo y que te ayude a reconocerte.
4. Sé muy amable contigo misma y date tiempo. Prepara con anticipación los momentos más difíciles. Sí los sábados por la tarde es cuando más triste te sientes entonces planea desde el lunes, que vas a hacer el sábado. Queda con una amiga, asiste a una conferencia. No te hagas más difícil el momento. Quiérete. No corras a buscar el amor en otra persona. Eso no va a funcionar. Pasa por el duelo y aprende a amarte. Sí no puedes sola, es el mejor momento para buscar ayuda terapéutica.

El proceso se parece a un duelo por muerte, con la diferencia de que cómo no se ha muerto tu pareja hay la esperanza, la posibilidad de la reconciliación.

Es muy importante darse tiempo y pensarlo muy bien. Yo recomiendo hacer el siguiente ejercicio:

En un cuaderno escribir lo siguiente:
1. La historia de amor. Donde se conocieron, cómo, que te gustó.
2. Las señales de alarma. Que eventos ocurrieron que te dijeron en voz muy queda: esto no va a funcionar. Anota todas las que recuerdes. Se honesta.
3. Que pasaba en tu vida antes de conocerlo. Esto nos sirve para reconocer porqué nos enganchamos con esta persona. Recuerda que quién tiene hambre hace malas compras.
4. Que le diste. No vayas a decir «los mejores años de mi vida». Los mejores años de tu vida están por venir. Pero sí le diste. Anota lo que le diste.
5. Que te dio. Aunque por el momento no sea tu persona favorita, es necesario reconocer que sí te dio. Anótalo.
6. Si le pudieras poner nombre a tu relación, cómo si fuera una película: ¿Cómo se llamaría?. Te doy algunas ideas: «Demasiado alcohol». «Yo no te admiro y tu me odias por eso». «Gritos y lágrimas». «O soy tu esclava o me dejas».
7. Ha llegado el momento de escribir las verdaderas razones por las que la relación termina: no hay una. Hay muchas. Escríbelas con toda la honestidad del mundo.
8. Escribe una carta de enojo para tu ex-pareja.
9. Escribe una carta de confesión. Sí, admite tu parte. Lo que le hiciste que no has admitido.
10. Escribe una carta de perdón. Para comenzar a perdonarlo a él y a tí.
11. Escribe una carta de agradecimiento. Sí, dale las gracias por todo lo que aprendiste con él o con ella.

Una pareja es un maestro. Viene a enseñarnos algo muy importante. Y parte de la lección es la separación. Reconoce que hacía por tí el otro, lo que tu no querías hacer. ¿El te mantenía? ¿Ella te cuidaba? ¿El te hacía sentir acompañada?. Reconoce tu verdad y toma la responsabilidad de tu existencia.

Va a pasar. Y vas a ser mejor persona. Y vas a reconocer que no era tú culpa, ni la de él. Es una experiencia de vida. Y sí hay vida después del matrimonio. Lo prometo.

Hablar mucho y decir poco

En toda relación, existe la posibilidad de comunicarse de modo cualitativo y de modo cuantitativo. La comunicación cuantitativa se refiere a la cantidad de información que se transmite de una persona a otra. La cualitativa se refiere a la calidad de la información que se emite.

Una relación es una conversación. Sí hablas de lo que sientes y de lo que piensas te acercas al otro. Si no dices lo que piensas ni lo que sientes te alejas del otro. Así de fácil y así de difícil.

Es que decirle al otro lo que te molesta, lo que te hace sentir incómodo, lo que te duele es muy difícil. Y es cuando llenamos el espacio con charlas incesantes, palabras huecas, discursos superfluos que no comunican nada ni generan nada. No cambian a la relación, ni contribuyen a que sea más profunda. La comunicación de calidad es la que puede producir cambios en el comportamiento de uno y/o del otro. Lo demás es palabrería.

Y es que justo cuando más tememos enfrentar los temas personales de mayor importancia, es cuando más mediocre se hace nuestra conversación. Y esto nos va separando, indiscutible e irremediablemente, del otro.

Aunque no hay una estadística que refleje cómo los problemas de comunicación en la pareja son lo que con mayor frecuencia tienden a dañarla, no podemos menospreciar su importancia.

Y es en la pareja, y en la familia, en donde por la cantidad de canales de comunicación que hay y por las interacciones cotidianas frecuentes, se hace tan compleja la comunicación. Preparar un plato de comida puede ser un modo de comunicar amor y apoyo, pero también un modo para decirle al otro: «te hice la comida porque tu eres incapaz de hacerlo». Darle dinero al otro puede ser un modo de decir «te apoyo» y también puede ser un modo de decir «eres una carga para mí».

El lenguaje no verbal se usa para atenuar o para apoyar a las palabras. Con las personas más próximas tendemos a usarlo para atenuar los discursos agresivos. Así podemos abrazar al otro mientras le decimos que estamos desilusionadas de él. O del otro modo: verbalmente digo que «no me pasa nada» pero mi gesto indica que sí me pasa, y mucho. Estas contradicciones en nuestros modos de comunicar se van superponiendo y acaban por hacer muy compleja la comunicación en el seno de la familia.

El lenguaje corporal es mucho menos consciente que el verbal. Un gesto dice más que mil palabras. Debemos aprender a leer los gestos de los otros, pero mucho más que eso, debemos intentar enviar mensajes más congruentes y explícitos. «Estoy molesta y confundida y con miedo de decirte lo que siento» es mucho mejor que un «no me pasa nada» con una mala cara.

Comunicarse es un arte que debemos procurar aprender. Traducir los mensajes de los otros, decodificar, y ser congruentes. Arriesgarnos a decir lo que sentimos, de modo asertivo, que es el que más ayuda. Recordemos que la persona pasiva es la que permite que los demás lo pisoteen, que no defiende sus intereses. Encuentra ventajas en que raramente es rechazada, su desventaja es que acumula resentimientos y termina por acumular una pesada carga de irritación. La persona agresiva es la que amenaza, acusa y agrede sin tener en cuenta el sentimiento del otro. Su ventaja es que los demás le temen. Su desventaja es que los demás se van alejando de él.

La persona asertiva es la que sabe defender sus propios intereses, expresa sus opiniones libremente y no permite que los demás se aprovechen de ella. La ventaja es que se puede obtener lo que se desea sin sentirse culpable ni ocasionar trastornos a los demás.

La agresividad y la pasividad son formas inadecuadas de evitación. No temas decir lo que sientes mientras sepas ser asertivo. No parlotees con tal de no decirles, a los que te importan, lo que te importa.

Arriesgarte a confiar en el otro es el único modo de acercarte a él. Habla menos y dí más. Enriquece la calidad de tu comunicación y enriquecerás tu relación. Relacionarse es vivir.

Comer de modo compulsivo: un síntoma

Cuando llegamos a este mundo, relacionarnos con quién nos cuida es cuestión de vida o muerte. Amamos y necesitamos a quién nos alimenta porque sabemos intuitivamente que nuestra vida depende de ello. Y a veces, esa relación nos defrauda. No porque no nos quieran, sino porque en ocasiones no se dan las condiciones suficientes para sabernos amados. Y en esos casos, algunos de nosotros resolvemos el dolor anestesiándonos con la comida. Y nos convertimos en comedores compulsivos.

Fíjate como comes, cuánto y para qué: ¿Lo haces tranquilamente o de modo apresurado?, ¿Lo haces para olvidar o para nutrirte?

Cuando se padece sobrepeso suele ocurrir que se come de modo compulsivo, no comes: devoras. Comer por compulsión refleja niveles muy altos de ansiedad. Refleja también una incapacidad para manejar las frustraciones de tu vida, refleja una necesidad de evadirte de tu vida.

Cualquier compulsión manifiesta una necesidad urgente de evadirnos de nuestra vida. Quizá es el ritmo de vida que llevas, apresurado, lleno de presiones. Tal vez es el miedo que te domina al reflexionar sobre tu propia vida y antes de enfrentarte a tí misma, prefieres tener un problema con el que crees que sí podrás: el de la obesidad.

Superficialmente, la comida alivia las presiones y nos ayuda a enfrentar los problemas: sin embargo, comer en exceso nos impide vivir nuestra vida a plenitud. En realidad, es utilizar a la comida para evitar los riesgos que vivir supone.Es más seguro querer a la comida que a las personas. La comida está ahí siempre, incondicional y silenciosa. No se queja, no te desilusiona, no te defrauda. Las personas se quejan, nos desilusionan, nos defraudan y no están siempre ahí para nosotros, como quisiéramos.

Un desorden alimenticio es el símbolo de cómo nos relacionamos con la vida: el acto de comer sustituye a la verdadera intimidad y nos protege de los riesgos que están presentes siempre que nos relacionamos con los otros.

Puede ser que en tus primeras relaciones te hayan defraudado, puede ser que te hayas sentido tan lastimado que decidas nunca más arriesgarte a amar. Puede ser que hayas encontrado un consuelo en la comida. Y de paso, al engordar, te protegiste para evitar relacionarte con el otro. Así no te arriesgas.

¿La recuperación?: consiste básicamente en dejar de darte consuelo con la comida y empezar a identificar tus necesidades de afecto, saber pedir a las personas el amor que necesitas, relacionarte, arriesgarte y reconocer que las relaciones, todas, son imperfectas. Nadie puede llenar todos nuestros huecos emocionales: de eso sólo somos responsables cada uno de nosotros.

Consiste también en reconocer nuestra ira y usar la energía del enojo para alcanzar metas, para salir adelante y no para castigarnos. Porque comer compulsivamente es un acto destructivo, es una forma de lastimarnos.

Es necesario reconocer sí comes para vivir o sí vives para comer. Es necesario admitir que tenemos un problema y que necesitamos ayuda. Comer compulsivamente es un modo muy doloroso de lastimarte.

Cuando dejas de comer por compulsión también dejas de agradar a los demás para suplir tus carencias en tu aspecto físico. Cuando pones límite a la comida también pones límites a los que te lastiman. Cuando ejerces tu libertad para decidir ayudarte, dejarás de ayudar compulsivamente a los demásy comenzarás a vivir, corriendo el riesgo, enorme, de amar.

La madurez emocional y las necesidades

Cuando una persona llega a la madurez emocional, sus necesidades cambian. Es interesante revisar cuáles son las tuyas, para saber qué tan maduro eres.

El fruto madura para ser disfrutado: así la persona, cuando llegamos a la madurez, nos convertimos en fuente de disfrute ya alegría para los otros.

He aquí una breve lista de las necesidades y su evolución:
1. Incremento en las necesidades de auto realización e intereses. Se debe dar una disminución de las necesidades primarias cómo son la búsqueda de afecto de los demás y de reconocimiento. Una persona madura ya no está tan interesada en lograr el amor de los otros. Le interesa más desarrollar sus potencialidades y además su mundo es más amplio: más crecemos, más nos damos cuenta que hay mucho que aprender y que disfrutar del mundo.

2. Incremento en la autonomía: satisfacer nuestras necesidades va dependiendo menos del exterior y más de nosotros mismos. Es decir, ya no ando pidiendo o hasta suplicando al otro que me haga feliz, que me cuide, que me entretenga: con la madurez me convierto en mi propia fuente de recursos.

3. Incremento de recursos: es decir, voy siendo más segura y más capaz de enfrentar las situaciones cotidianas y de satisfacer mis necesidades de modo autónomo.

4. Incremento en el manejo de mis emociones: aquellos que se enojan fácilmente y estallan en cólera, que lloran por cualquier cosa sin importancia, que se entristecen o desaniman ante cualquier obstáculo, no han madurado. Claro que en la madurez sigo experimentando una amplia gama de emociones y sentimientos, pero sé mejor cuando, como y con quién expresarlos, además de saber contenerlos y no desbordarme.

Creo que a veces no maduramos, porque ni sabemos bien a bien que es la madurez. Las personas inmaduras lastiman, incomodan y sobre todo: se convierten en vampiros emocionales.

¿La edad para madurar? Yo conozco personas de 70, de 60, de 50, de 40, de 30 y de 20 que actúan más o menos como de 8. Al madurar, dejas tu energía disponible para crear y debes estar habilitado para gozar más de la vida.

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