Los hermanos

En ocasiones, observamos familias en las que los hermanos o hermanas parecen no tener nada en común: sin embargo, los hermanos compartimos a los mismos padres y crecimos en la misma familia, con pocos años de diferencia. Y es incorrecto decir «la misma familia», porque en realidad cada hermano crece en una familia diferente: el momento económico de los padres, el momento emocional, el grado de felicidad de los padres, que será esencial para la infancia del hijo, el estilo para educar, todo va cambiando y es diferente ante el nacimiento de cada hijo.

Los padres no son los mismos y además el orden de nacimiento va a influir poderosamente en nuestro carácter. Nuestra identidad se crea en un contexto formado por los que ya estaban ahí antes que nosotros llegamos a la familia.

Es muy diferente nacer en una familia con dos adultos, a nacer en una familia con dos adultos y dos niños, por citar un ejemplo.

Creamos nuestro comportamiento social al relacionarnos con nuestros padres y nuestros hermanos. Lo habitual es que en la búsqueda del reconocimiento de nuestros padres, desarrollemos características que nos distingan de nuestros hermanos. Por esta y muchas otras razones nuestros hermanos influyen de modo decisivo en la formación de nuestra personalidad.

Son los testigos de nuestra niñez. Son nuestros complices en la infancia, y a veces nuestros detractores. Nos tienen celos y les tenemos celos. Y envidia. Todos los hijos competimos por tener un lugar en el reconocimiento de nuestros padres, lo que se traduce en competencia en la infancia. Al llegar a la vida adulta, toda vez que cada uno va madurando y construyendo una posición y un lugar en la vida, es probable que las rivalidades disminuyan o desaparezcan y entonces será el momento para encontrar un enorme placer en recordar anécdotas de la infancia y en apoyarse.

Podemos aprender mucho de nosotros mismos a traves de conocer las impresiones que nuestros hermanos tienen de nosotros. Comprender los sufrimientos que cada uno tuvo que vivir para crecer nos servirá para entender porque cada uno ha reaccionado como lo ha hecho en la vida, y entonces acercarnos a ellos.

La relación con nuestros hermanos puede enriquecer mucho nuestra vida: ninguna otra persona recordará con tanta precisión quiénes fuimos cuando niños, ni sabrá esos detalles tan esenciales de nuestros comienzos en ésta vida. Puede ser una gran relación: que nos dure lo que la vida, dependerá de nuestra madurez, de nuestra tolerancia, de nuestros valores y sobre todo, de nuestra actitud.

Sincronicidad

«Cómo es adentro, es afuera» palabras que se atribuyen a Heráclito, el alquimista de origen griego, que permanecen vigentes y que encierran una gran verdad.

Para la psicología profunda, lo que ocurre dentro de mi se manifiesta en el exterior: ese es el concepto de la sincronicidad. La realidad exterior es la representación más exacta de lo que siento, de lo que pienso, de mi estado psíquico. Nada de lo que sucede afuera es una casualidad, más bien es una representación.

Y es interesante pensar, que al invertir la fórmula podemos mejorar situaciones internas mejorando nuestro exterior. «Cómo es afuera, es adentro»… es decir, cambiar nuestro mundo interno a través de llevar a cabo cambios en el exterior. Ejemplo: me siento confundida con respecto a un tema de mi trabajo: ordeno mi escritorio. Cuando estoy en esa tarea, vienen a mi mente ideas, pensamientos que iluminan, que ponderan, que desentrañan aquello que me ha generado la confusión.

El orden exterior puede ayudar mucho en el orden interior. Tener una agenda organizada, planear mis compromisos, decir que no a las demandas que me será imposible satisfacer… tomar en cuenta el tiempo de traslado de un lugar a otro y dejar un tiempo para imprevistos, todas estas acciones me generarán un día organizado y tranquilo: redundará en tranquilidad mental, es decir, salud y bienestar.

Todos sabemos las consecuencias, ya demostradas en el ámbito científico, de vivir una vida estresada y desorganizada: el sistema inmunológico se deprime, nos enfermamos. Nuestro cuerpo lo resiente.
El desorden exterior es una manifestación del desorden de nuestra psique. Ordenarnos de afuera hacia adentro es una posibilidad interesante.

La sincronicidad es justo la situación en donde todo parece estar ordenado: pienso en tomar un curso de una cierta materia y aparece en el resquicio de mi puerta un folleto anunciándolo. Ahora bien, no debemos atribuir a la causalidad hechos que solo corresponden a la casualidad. Porque ahí puede entrar el autoengaño como un mecanismo para justificar decisiones.

Cuando te decides a merecer sucede que la vida te da.
Cuando te decides a perdonar ocurre que la oportunidad se presenta casi de inmediato.
Cuando te decides a amarte más, encuentras modos que antes ni siquiera imaginabas.
Cuando te decides a servir a los demás a través de tu trabajo, aparecen los medios, las personas, los lugares…
Cuando te decides a mejorar se abren mil posibilidades para hacerlo.
Cuando te decides a vivir una vida significativa se abre el abanico de posibilidades…

Basta con desearlo. Pero ese deseo debe ser auténtico, honrado, producto de la reflexión profunda.

Sí, es así: «Cómo es adentro es afuera y cómo es afuera, es adentro». Basta con observar con detenimiento…

El autoengaño

Con los años, convivir con las personas que usan disfraces y no son capaces de presentarse cómo son, me parece más cansado.

Las reglas no escritas de la convivencia social hacen que siempre respondamos «muy bien» a la pregunta de «¿cómo estas?» y entiendo que cuando hay poco tiempo, cuando la persona que te hace la pregunta no está esperando una respuesta porque la verdad es que no le importa cómo estas o cuando no conviene por el motivo que sea, pues habrá que responder: «muy bien» aunque en realidad estemos regular, o mal, o muy mal.

El problema no es ante formulismos sociales necesarios para la convivencia, el problema es cuando a pesar de estarla pasando realmente mal, hacemos discursos sobre todo lo bien que estamos, contando la verdad a medias, alterando hechos, disfrazando a la realidad.

Y así escucho personas que tienen un mes de haberse separado de una pareja de 20 años decir que todo les va super bien y que no están tristes, personas que están muy alegres porque acaban de perder un trabajo de 15 años, personas que no se permiten expresar ni su tristeza, ni su vulnerabilidad, ni su dolor, ni su sentimiento de fracaso.

Es claro que cuando nos auto engañamos lo hacemos porque nos sentimos amenazados. Y tenemos tantos modos de engañarnos a nosotros mismos cómo personas existimos. ¿Fingimos ante los otros para engañarlos a ellos o a nosotros mismos?

Somos expertos en dar nombres incorrectos que minimicen la realidad: así, decimos que nuestra pareja es un bebedor social para no admitir que es alcohólico, o decimos que dejaremos de fumar el día que queremos cuando ese día no parece llegar a pesar de la tos perniciosa que nos acompaña hace años…

Admitir nuestra realidad, aceptarla tal cómo es, es el primer paso para mejorarla. Es indispensable nombrarla. De lo que no hablo es justo de lo que debiera hablar, ponerle nombre y con el nombre la forma, la dimensión, sus alcances. Creemos que sí no hablamos de un problema éste va a desaparecer. Y así no hablamos de una bolita que nos sentimos en el cuerpo, con suerte si no hablo de ella y si no voy a hacerme un estudio, con suerte desaparecerá.

Y pasa lo contrario: de lo que no hablo se hace más grande. Lo que lo convierte en un grave problema, en un pendiente mayor, es precisamente el silencio que lo rodea.

Disfrazar las situaciones, adornarlas, alterarlas con palabras es un modo de actuar que contribuye notablemente a la deshumanización.

Cuando estamos en una reunión social y todos expresan lo maravilloso que están y lo bien que les va, si a nosotros no nos sucede lo mismo, salimos de ahí sintiéndonos peor de lo que nos sentíamos antes de llegar.

Cuando estamos frente a una persona que miente no podemos sentirnos cerca de ella. El discurso del otro o me acerca a él o me aleja de él.

Cuando una persona me miente, finge y altera su realidad yo no puedo sentirme conectada a ella. Me siento lejos, muy lejos de ella. Y además, la posibilidad de sentir admiración por ella, disminuye. Y en ocasiones, hasta me puedo sentir ofendida, por suponer que no me considera digna de su honestidad.

Fingimos para engañar a otros. Y nos engañamos a nosotros mismos. Creemos que así nos querrán más y sucede justo lo contrario.

En algún nivel de la comunicación el otro siempre sabe que no estás siendo sincera. Y eso te separa del otro.

Sí deseamos que nuestra sociedad se humanice, si deseamos estar más cerca unos de otros, si queremos ser mejores: seamos más honestos, esto nos acercará a los otros y además, al hablar con la verdad aumentamos considerablemente la posibilidad de manejar nuestra realidad y encontrar alternativas para transformarla.

La crisis de la mitad de la vida

La vida de todo ser humano pasa por diversas crisis, que son naturales. A éstas hay que añadir unas cuantas más, provocadas por muy diversos factores como la naturaleza, una inundación, por ejemplo, la violencia, el descuido y otras.
Al rededor de los 40´s y 50´s todos pasamos por la ya famosa «Crisis de la edad mediana». Calculamos esa edad simplemente por que la expectativa actual de vida, que anda por los 80´s.
Esta crisis es a veces desencadenada por factores externos como una pérdida de trabajo o de marido y en otras ocasiones parece que no hay nada afuera y sin embargo se vive con mucha intensidad.
Los hombres salen a comprarse un auto deportivo (sí pueden) y las mujeres un cuerpo nuevo (sí pueden). Es esa edad en la que nos enfrentamos a los «ya no». Ya no voy a tener más hijos, ya no voy a empezar otra carrera, ya no voy a…
Es una edad complicada: cómo si las otras no lo fueran!!. Pero esta es un poquito más: los hijos están creciendo y ya no nos necesitan tanto o de plano nos ven viejas y tontas, las posibilidades de emplearse se reducen, nos vemos al espejo y descubrimos con horror canas nuevas, arrugas nuevas…
Lo que sucede nos obliga a preguntarnos quiénes somos, que hemos hecho, que nos queda por hacer, sí lo que hemos hecho lo hicimos bien o mal.
Luego perdemos el trabajo!! y eso, en particular a los hombres, aunque no es una cuestión de género, los pone de muy pero de muy mal humor: si han basado su autoestima, su identidad y su seguridad en ese puesto que tenían, en pertenecer a esa empresa, en estar muy ocupados!!.
Y entonces además de la preocupación económica hay una enorme inseguridad con respecto a nuestro valor. Es para poner irritable a cualquiera!!!
Internamente están pasando cosas: vivimos la mitad de la vida intentando obtener una identidad que satisfaga las expectativas de otros: nuestros padres, colegas, la famosa «sociedad», incluso a nosotros mismos. Vivimos para el ego. Intentando demostrar y demostrarnos quiénes somos. De repente, toda esa estructura se quiebra. O porque perdemos el empleo, o porque nuestra pareja nos es infiel, o porque los hijos se van. El caso es que nos quedamos perplejos: ¿quién soy?, ¿qué me espera en adelante?. Y aunque los hijos no se vayan y nuestra pareja sea fiel y nuestro empleo esté en orden, nos vamos a cuestionar.
En la psique hay movimiento: nuestro self, nuestro espíritu está moviéndose: está hablando, está exigiendo, cómo si dijera: «ya no tendrás demasiado tiempo, tienes la fuerza, la experiencia, los conocimientos para trascender, ya no pierdas tu tiempo, dedicate a ser lo que eres, descubre sentidos más profundos de vida, reflexiona sobre lo importante»
En realidad esta crisis es una iniciación a una vida más profunda. Requiere de una purificación.
Es una crisis de individuación. No podemos evitarla y no debemos evadirla. El coche deportivo y la cirugía plástica no cambiarán lo que pasa dentro de nosotros. Lo único que puede ayudar y que conviene hacer es:
1. No evadir nuestras dificultades: enfrentar lo que hemos estado evadiendo, reconocer en lo que nos hemos equivocado, empezar de nuevo sí es necesario, corregir, pedir disculpas, recapitular.
2. Permitir que mis emociones se expresen: si tienes que llorar un día completo, o si necesitas gritar, o si te sientes triste, mientras no hagas daño a nadie: vívelas. Vete a un bosque o a un parque o a donde quieras y llora o grita o comprate unos vasos de cristal y aviéntalos contra una pared!, sí tienes con quién hablar o llorar, adelante!. Lo que no expreses se va a quedar adentro y te puede conducir a una depresión o a enfermedades físicas.
3. Decídete a expresar tu verdad en el mundo: no imponer pero no callar. Decídete a ser tú. A no hacer lo que no quieres hacer, a dedicarte a lo que en verdad te apasiona.
4. Sé creativo: utiliza tu imaginación para crear lo que quieres dejar en el mundo, sé constructivo.
5. Descubre el sentido de lo que estás viviendo: ¿qué estás aprendiendo? ¿qué estás haciendo que antes no hacías? ¿para qué estás vivendo esto?
6. Distrae tus pensamientos negativos: no te permitas quedarte dándole vuelo a la hilacha de los pensamientos destructivos «no sirvo para nada», «a nadie le importo», etc. Cuando lleguen a ti, obsérvalos y deja que pasen: pero date una ayudadita, es decir, crea modos de no permanecer en ellos. Ponte a leer, a tejer, a correr, a cocinar, sal de casa, limpia la cocina, lo que sea pero no te des oportunidad de estacionarte en pensamientos que NO sirven para nada.
7. Ten la convicción de que ésta es una crisis de depuración. Que va a pasar. Que va a pasar antes de que te des cuenta. Que es inevitable. Que está bien. Que esta hecha para depurar, limpiar, cambiar, transformarnos y ser mejores. Que nos está preparando para que la segunda mitad de nuestra vida, sea la mejor!.

Yo sí creo que la vida empieza a los cuarenta… o a los cincuenta!!. Creo que es cuando tenemos las mejores herramientas para trascender. Creo que a pesar de que la cultura cree que los mayores de 45 ya no existimos, se equivocan. Yo sí existo…y quiero dejar mi huella! ¿Y tú?

Las carencias emocionales y los hijos

Una amiga muy querida me pidió que escribiera sobre la relación madre-hijo. Es un tema que invita a profundas reflexiones y que puede ser abordado desde muy diversos ángulos. Decidí tocarlo desde la perspectiva de las carencias emocionales, porque en mi labor profesional me encuentro con mucha más frecuencia de la que deseo con hijos abusados emocionalmente por sus padres.

Me encuentro con hijas que se sienten feas porque sus madres insisten en que adelgacen o simplemente no ven la belleza de sus hijas. Me encuentro con hijos que se saben rechazados porque no son para sus madres lo que ellas necesitan. Jóvenes preocupados por los matrimonios de sus padres, por el trabajo de sus padres, por la soledad de sus madres o por la incapacidad de alguno de sus padres para estar bien.

Yo creo que la primera obligación que tenemos al educar a un hijo es la de ser un apoyo seguro. ¿En quién pueden confiar nuestros hijos para adquirir las herramientas que los harán capaces de lograr una buena vida?

Normalmente, la etapa de vida de nuestros hijos que más trabajo nos cuesta es en la que nosotros sufrimos más y no la hemos resuelto. Suele suceder que sí tuvimos una adolescencia difícil sintamos temor, rencor y hasta envidia de la adolescencia de nuestros hijos.

Lo mismo ocurre sí estamos insatisfechos con nuestras vidas: entonces no queremos que crezcan, que se vayan, que nos dejen. Manipular a los hijos es fácil y también común. Reclamarles por lo que hacemos por ellos también. Debemos ser mucho mejores que eso. Facilitarles el camino teniendo respeto y admiración por ellos.

Cuando hay sobreprotección en realidad estamos demasiado identificados con ellos y a quiénes estamos protegiendo es a nosotros mismos: del temor a que no nos quieran. Nuestro deber es educarlos. No impedirles que crezcan o resolver lo que ellos pueden hacer por ellos mismos. Nada más dañino que cortarles las alas y hacerlos seres débiles.

La relación con las hijas es muy diferente que la relación con los hijos. En general, la relación con el hijo del sexo opuesto es la relación más fácil. Las influencias de la cultura ayudan a que para la madre sea mucho más sencilla la relación con su hijo que con su hija. Sin embargo, es necesario distinguir claramente entre el amor y la dominación. Entre el amor y el control. No cruzar jamás la línea del respeto. No vivir nuestra vida a través de ellos. Dar apoyo, esperanza, creer en ellos y exigirles todo lo que sí pueden dar. Reconocer que no están para satisfacer nuestras necesidades emocionales, ni para resolver lo que nosotros no hemos logrado hacer.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar