El inconsciente objetivo

La tendencia más natural de la psique es la autorepresentación. Esto significa que lo que nos sucede afuera es la representación de nuestro estado interno.

El inconsciente se manifiesta todo el tiempo en nuestra vida cotidiana. Hay un inconsciente llamado por Jung «inconsciente objetivo». Objetivo porque al manifestarse en el exterior habla claramente sobre lo que hay dentro de nosotros y porque dice la verdad acerca de nuestro ser, mejor aún de lo que nosotros podemos expresar.
Podemos interpretar lo que nos sucede o ser simplemente ausentes de nuestra propia vida.

Cuando interpretamos estamos en posibilidad de conocernos mejor, de cambiar rumbos, de corregir. A vivir, nadie nos enseña, pero el inconsciente objetivo nos da señales, pistas, sí las seguimos, abrimos la posibilidad de acceder a una vida más auténtica.

La vida interior se retrata a sí misma una y otra vez. Nada que sucede afuera de nosotros es casualidad. Todo lo que hay adentro de nosotros se proyecta y se manifiesta en el exterior.

Lo que se manifiesta afuera es la representación más dramática de nuestros objetivos, de nuestras tendencias interiores.
Y esa manifestación de lo que somos, permanece a la espera de ser requerida, siempre disponible. Lo interno existe, lo aceptemos o no.

Somos más libres y tenemos más bienestar cuando vivimos más de acuerdo a nuestros deseos más profundos. Ser libres es en gran medida hacer lo que realmente queremos.

Cuando las cosas no van bien, se presenta una maravillosa oportunidad para revisar e interpretar el significado… hay que preguntarnos, entonces ¿en que se parece esto que esta pasando a mi vida?

No debemos actuar en oposición a nuestras tendencias naturales. Debemos ser quiénes somos, no pretender que no somos los que somos. Seguir nuestra voz interior. Actuar en concordancia con nuestras emociones, aunque no esté de moda, aunque sea diferente, aunque nos salgamos del molde.

Para nuestra vida interior lo importante no es el dinero, ni la fama, ni el éxito marcado por una cultura. Para nuestra vida interior es mucho más importante la calidad de nuestra vida.

Dedicamos gran cantidad de tiempo a responder a las circunstancias ordinarias y limitadas que nos rodean. Limitamos nuestra creatividad. Actuamos bajo el imperio del miedo. Nos dejamos opacar por carencias imaginarias. Sostenemos creencias limitantes sobre nosotros mismos. Y en nuestro exterior, el inconsciente objetivo nos avisa…

¿Cómo reconocer a nuestra vida interior?

1. Interpretando sistemáticamente lo que nos ocurre en el exterior. Por ejemplo, si mi coche se descompone ¿a dónde no quiero ir?, si no puedo dormir ¿qué quiero controlar? …

2. Clarificando qué le da calidad a nuestra vida y qué se la quita. Por ejemplo, ¿estar con determinadas personas me hace sentir mejor?, ¿ésta actividad me hace sentir bien?…

3. Estar atentos a lo que nos gusta, nos atrae, nos relaja… no dejarnos contaminar nunca por actividades o personas que nos hacen sentir menos valiosos.

Para crecer debemos tener un hábitat favorable. Si dejo a una tortuga en un pequeño tortuguero no crece. Si la pongo en una pecera con suficiente agua, se desarrolla. Si tiene acceso a un estanque crece en todo su potencial…
Para crecer es indispensable aprender a leer los acontecimientos del mundo exterior y darles la interpretación más honesta posible. Ya lo dijo el gran alquimista Heráclito: «Como es adentro es afuera y como es afuera es adentro».

El valor de la actitud

Para la logoterapia, escuela de psicoterapia vienesa fundada por el Dr. Viktor Frankl, existen tres categorías de valores: el valor de creación, el de experiencia y el de actitud.

Los valores de creación comprenden el universo de lo que nosotros damos al mundo, a traves de nuestras acciones concretas. Los valores de experiencia se refieren a lo que experimentamos del mundo, es decir, lo que recibimos.

Los valores de actitud son considerados superiores a los otros dos. Principalmente porque se refieren a cuando no estamos en condiciones de dar ni de recibir. El valor de la actitud consiste en elegir libremente la actitud que ejerceré ante una situación que no puedo cambiar.

Son muy importantes porque tienen la capacidad de dar sentido a nuestras vidas en situaciones límite o inevitables. Son además, la expresión de nuestra capacidad espiritual. Son en los que la libertad se ejerce plenamente. Y además encierran un gran potencial de crecimiento.

Estos valores deben activarse ante lo que la logoterapia llama «la triada trágica» que consiste en el sufrimiento, la culpa y la muerte. Todos los seres humanos sufrimos en un momento u otro. Todos nos equivocamos y de ahí se desprende la culpa. Y todos estamos expuestos a la muerte.

La logoterapia propone el «optimismo trágico» que consiste en ejercer el valor de la actitud ante cada elemento de la triada trágica.

Ante el sufrimiento: yo puedo decidir seguir sufriendo o parar el sufrimiento. Yo puedo elegir hasta donde permito que el dolor sea más grande que yo. Yo puedo elegir transformar ese sufrimiento en algo mejor: crecer. ¿Cómo?: tomando decisiones desde el alma, desde el corazón. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarme a sufrir menos? ¿Qué puedo aprender de éste dolor?, ¿Puedo crecer?

En ocasiones yo le he llamado al sufrimiento «pastillas de ubicatex». El sufrimiento nos ubica, nos acomoda, nos enseña las prioridades, y sí lo permitimos, nos hace ser mejores personas.

Ante la culpa: de nada me sirve sentirme culpable sí no tomo decisiones. La culpa nos invita a la acción responsable. Me equivoqué, decidí mal y ahora siento culpa. Puedo repararla. Puedo pedir perdón y empezar de nuevo. Puedo aprender una nueva manera de no hacer las cosas. Muchas veces nos instalamos en la culpa en lugar de ejercer acciones responsables. No hay una guía para actuar en cada momento. Nos vamos haciendo, vamos aprendiendo, y el aprendizaje cuesta. Pero no debemos instalarnos en la culpa. Debemos hacer lo mejor que podamos para reparar el daño, aprendernos la lección y seguir adelante. El que se culpa, se castiga. Y por otro lado, que bueno que tengamos ese sensor llamado culpa, porque así sabemos qué debemos hacer y qué no. Cuando actuamos en concordancia con nuestros sentimientos y valores no sentimos culpa. Sentimos culpa cuando actuamos sin reflexionar, sin pensar, sin tener claras las prioridades de nuestra vida.

Ante la muerte: la idea de nuestra muerte puede salvarnos la vida. Sí hacemos conciencia de que no somos eternos, entonces nos apuramos a actuar mejor. La muerte le da pleno sentido a la existencia. Sí aceptamos que nuestro tiempo está limitado comenzamos a disfrutarlo, a emplearlo adecuadamente.

Para superar las condiciones de sufrimiento, de culpa y de muerte, necesitamos hacer uso de ese don maravilloso que tenemos y que es justo lo que nos humaniza: la libertad de elegir nuestra actitud.

Puedo seguirme lamentando: esa será la fórmula perfecta para alejar de mí a las personas. Todos huimos de quién se queja. Nos cansa, nos agobia.

No te quejes o hazlo por un breve momento, y sólo con personas de extrema confianza. Y después de lamentarte, decide: ¿qué actitud puedo tomar en ésta situación concreta?

No podemos permitir que el sufrimiento nos rebase, que sea más que nosotros. Y eso depende exclusivamente, de nosotros. Nadie puede vivir por mi, nadie puede sufrir por mi y nadie puede elegir la actitud ante la situación por mi.

Soy la única responsable de mi vida.

No te dejes manejar por otros

Las personas tenemos una tendencia a compararnos con los otros. Para medirnos, para valorarnos, para saber quiénes somos, inevitablemente nos comparamos con otros. Parece que no podemos evitarlo. Y al hacerlo perdemos libertad y autonomía.

Es una tarea absurda porque cada uno de nosotros tiene unas características muy específicas, una historia diferente.

Olvidamos con frecuencia que cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles. No ha habido, ni habrá otra persona como nosotros.

Cada persona tiene un camino que recorrer, una misión a descubrir, un sentido concreto a realizar a cada momento. La vida nos presenta circunstancias diferentes a cada uno y por lo tanto sólo nosotros podremos responderle a la vida, nadie puede sustituirnos en tal tarea.

Sí nos comparamos con los demás, nos estamos dejando manejar por ellos. Debemos compararnos solamente con nosotros mismos.

Nadie puede vivir mi vida por mi. Nadie puede cuidarme, o hacerse responsable por mis actos. En ese sentido estamos absolutamente solos. Solos para construir nuestro destino y para vivir las consecuencias de cada una de nuestras decisiones.

Lo que sembremos, vamos a cosechar. De cada acción y de cada omisión hay alguna consecuencia. Todo lo que haces, o dejas de hacer, cuenta.

Lo que estás viviendo hoy es el producto de lo que has permitido pasivamente que ocurra o de lo que has creado activamente.
La salud mental es en gran medida la aceptación de la responsabilidad sobre nuestras vidas. No podemos culpar a los otros, no podemos pedirles a los otros que se hagan cargo de nuestras vidas. Nosotros somos los autores de nuestra vida.

Cada acción que vayas a realizar debe pasar por el siguiente criterio: ¿sí este acto se volviera un hábito en mi, sería para mi bien a largo plazo?

Lo más importante en nuestra vida es cómo nos sentimos con nosotros mismos respecto a cómo hemos actuado. Con los años surge inevitablemente la reflexividad obligatoria. Esto significa que inevitablemente nos pondremos a repasar nuestra vida y haremos un balance sobre cómo hemos actuado.

Para protegernos existencialmente, nada cómo reflexionar sobre nuestros actos cotidianos. Lo que hacemos hoy tendrá sus consecuencias. Tomemos decisiones libres, no basados en lo que otros esperan de nosotros, no decidamos para impresionar a otros, o para que otros nos vean o nos quieran.

Que nuestras decisiones y nuestros actos sean, de verdad, nuestros. Al fin y al cabo, estaremos toda la vida con nosotros mismos y a quién daremos cuenta de nuestros actos, en primer lugar, es a nosotros mismos!!

Teléfono celular y cortesía

Tengo mucho tiempo pensando en escribir sobre éste tema: ¿será que no nací en la generación del teléfono celular y por eso me ha asombrado tanto?

Sí, aunque los más jóvenes no me crean cuando yo nací ni se soñaba con la existencia de un teléfono móvil. En el programa del Super agente 86 salía el personaje utilizando un zapatófono y eso era cosa del otro mundo!!

Luego me encontré con personajes que llevaban un teléfono en el auto. Insólito. Fui de las que se resistió en comprar un teléfono móvil. Hoy es una de mis herramientas favoritas. Y también de las más temidas.

Le temo a la falta de respeto que se puede producir con un teléfono en medio de una conversación. Temo sentirme lastimada porque estoy hablando desde mi corazón y es más importante que mi interlocutor responda a la llamada de un desconocido (porque a veces el interlocutor responde y te dice «déjame contestar, ni idea de quién es») y entonces es mucho más importante el desconocido que yo (¿será que soy introvertida y me cuesta hablar con el corazón en la mano?). Pero le temo mucho más a la posibilidad de ser yo la que lastime, ofenda o le falte el respeto a otra persona.

Ya Sócrates explicaba cómo sufre más el que comete la injusticia que el que la padece.

Todos los días imparto clases: no ha habido hasta el día de hoy una sola ocasión en la que no suene, o vibre, o chille o cante un aparato de éstos, rompiendo con la magia que se puede crear, a veces, cuando estamos dialogando con otro ser humano. No importa cuánto les pida a las personas que lo tengan en la función de «silencio».

A veces, voy con alguna amiga queridísima a tomar un café, con la intención de conversar, de ponernos al día, pero en cuanto inspiro aire para comenzar mi discurso, ante su pregunta de ¿Cómo estoy? y ella contesta su teléfono haciéndome una seña de que la espere tantito… yo me pasmo.

En otras ocasiones me dejan un mensaje en el buzón de voz: Hola!! me llamas? me urge que te comuniques !. Click. Sin nombre, dejando al azar la posibilidad de identificar a la propietaria de la voz.

El teléfono celular es una herramienta. Un cuchillo también lo es. Y cómo tal, sirve para comunicar o para romper toda posibilidad de encuentro. Así como un cuchillo puede servir para salvar una vida o para destruirla. El poder de una herramienta está en el uso que se le da a la misma.

Propongo unas reglas de urbanidad con el teléfono, en aras de la humanización. Si no somos conscientes de la importancia que tiene un encuentro con otro ser humano, estamos condenados a perdernos a nosotros mismos.

1. Ponlo en la función de silencio cuanto estés con otra persona, particularmente si deseas tener una conversación con esa persona.

2. Si esperas una llamada importante (no se que puede ser más importante que estar frente a otra persona) entonces avisa a tu interlocutor que probablemente interrumpirás el encuentro porque vas a contestar tu móvil.

3. Si dejas un mensaje, por favor, deja tu nombre, número de teléfono y horario en el que se te puede localizar.

4. Si estás en una funeraria, en una ceremonia religiosa, en una mesa, en una clase, en una visita a un hospital, ante un médico, con un hijo, procura por todos los medios que NO suene.

5. Si tu eres quién llama, primero identificate y después pregunta ¿estás ocupada? sí la respuesta es sí (aquí tengo que desahogarme: no puedo entender porque contestan si no pueden hablar) corta la llamada lo antes posible. Si la respuesta es no: sé breve.

6. Reflexiona sobre cómo te hace sentir que te interrumpan para contestar el teléfono. Y actúa en consecuencia.

Yo opino que sólo es momento de abogar por las buenas maneras y la cortesía social. Quiero escribir un manual: ¿me ayudarías con tus comentarios?

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar