Una pregunta que nos hacemos con frecuencia las madres y los padres es: ¿Qué debo darles a mis hijos?
La respuesta más obvia pero más difícil de encontrar en la de darles vida. Criar a un hijo va mucho más allá de alimentarlo. Criar a un hijo significa impulsar esa vida. Es cómo hacerle una transfusión de energía vital. Transmitirle mi fe en la vida. Se podría comparar a subir una montaña y no sólo llegar a la cima sino enseñarle lo hermoso de la montaña. Preocuparme por los glóbulos rojos de su alma: que le guste vivir. Ese es mi primer deber. Si un hijo piensa que la vida no tiene sentido o que es mala, ¿cómo va a cuidar de sí mismo?
Mi segundo deber es decirle no sólo con palabras, sino sobre todo con mis acciones, que es un gusto que esté en mi vida. Que mi hijo sepa que él forma parte importante del sentido de mi vida. Que sepa que es una alegría cuidarlo, que es un placer compartir con él. Esto va mucho más allá de cumplir con mis responsabilidades como madre: esto significa hacerlo con alegría. Un hijo, además de una tarea, debe ser un maravilloso motivo de complacencia.
Mis tercer deber es transmitirle la ética: los valores y actos que le ayudarán a tener una buena vida: la reglas de la vida. Es ayudarle a discriminar cuáles conductas son negativas y cuáles son positivas. Es enseñar con nuestro ejemplo, porque el ejemplo arrastra. Los padres les debemos autoridad a nuestros hijos, ellos no nos deben obediencia. La autoridad es un servicio, es un acto de respeto, de guía.
Mi cuarto deber: saber mantener ese equilibrio entre unirlo a mi, arraigarlo y al mismo tiempo dejarlo ir, dejarlo crecer. Debo guiarlo, amarlo y al mismo tiempo invitarlo a ser él mismo, a hacer su vida. Mis hijos vienen de paso a mi casa y debo abrirles las puertas de mi alma, pero no vienen a resolvernos la vida. Debo dejar que mis hijos sean libres de mi y para eso debo yo ser libre de ellos.
Muchas madres sienten que su vida se califica en base a los hijos. Y si sostenemos esa actitud no vamos a dejarlos ser. Es necesario darle a nuestras vidas más dimensiones que la de la maternidad, en beneficio de nuestros hijos. Tener sentidos de vida paralelos, no un sólo sentido de vida porque esto puede ser en verdad abrumador para nuestros hijos.
A veces los hijos se sienten como hipotecados con los padres, a consecuencia de las actitudes de reproche y de sobreprotección. La sobreprotección es una de las formas de agresión más sutiles y peligrosas que existen, porque el mensaje que estoy enviando es que el otro no tiene las capacidades para hacer las cosas y que depende de mí. En donde se fomenta la dependencia se limita, obviamente, la autonomía.
Debemos ampliar nuestro horizonte afectivo más allá de nuestros hijos: porque si no lo hacemos cuando éstos se vayan el vacío que se produce lo consideraremos una gran injusticia.
Es una trampa frecuente: necesito que me necesites pero no quiero aparecer necesitada y para ésto te hago sentir débil o pequeño.
El acto más generoso ante un hijo es dejarlo ir. Los hijos se van…y vuelven. Pero deben volver a una nueva clase de relación, en la que ya no puedo ni debo intervenir.
Ser padres es invitar a nuestros hijos a participar en la vida y esto requiere de un gran compromiso y un respeto profundo a su dignidad.
Ser padres es gozar de un privilegio que debemos merecer.