Solemos pensar que a todos los hermanos nos tiene que ir igual. Crecimos en la misma casa, compartimos a los padres, comíamos lo mismo, asistíamos a la misma escuela… entonces, a todos nos tiene que ir igual de bien, o de mal, en la vida.
Pero… crecemos, salimos de la casa materna, estudiamos o no, elegimos pareja o no, tomamos decisiones buenas, o malas. Con el paso de los años, esas decisiones van desplegando consecuencias. Así, a unos la vida parece sonreírles más que a otros.
No es azar, no es casualidad, no es buena ni mala suerte. El lugar en el que estoy actualmente es sólo el resultado de mi esfuerzo, de mi trabajo, de mi voluntad, de mis elecciones.
El problema de «tener más» en dinero, en amor, en amistades, en vínculos, en trabajo, en satisfacciones es que sí nos va bien, sentimos culpa con aquellos a los que no. Y además, los que no les va bien, o «tienen menos» suelen sentir y expresar la más destructiva de las envidias.
Esto nos lleva al autosabotaje: para no sentir culpa y para que no me envidien, me autodestruyo. O dejo de crecer, o me provoco una enfermedad o un accidente. O pierdo mis bienes. O me lastimo de una u otra forma.
Hay que aprender a desarrollarse y crecer con todo y la culpa. Y a sortear las envidias. Si mi luz les molesta, que se pongan lentes oscuros.