Cada día tenemos la oportunidad de hacer un sin fin de elecciones. Lo que vamos a comer, a beber, el tipo de pensamientos con los que iniciamos el día, el tema de conversación cuando nos encontramos con alguien, la lectura que haremos, la música que escucharemos, la palabras que diremos y el modo en el que nos vinculamos con los demás.
Las respuestas que damos a las situaciones que la vida nos ofrece, la actitud con la que emprendemos cada tarea, el modo como nos presentamos ante los demás y nuestros modos para interactuar con los otros.
Cada elección forma parte del tejido de nuestra vida. Y todas son importantes en primer lugar porque son la manifestación de nuestra esencia y además porque reflejan mi modo de estar en el mundo y mi libertad.
Al cabo del tiempo, se acumulan las consecuencias de cada uno de mis hábitos y puede ser una tragedia no haber hecho inteligentes elecciones.
Es importante detenerse a pensar en como prefiero vivir. Cultivar la virtud de la prudencia. Conservar un orden interno que promueva la paz, la tranquilidad, el crecimiento y el logro de las metas que nos hemos fijado.
El bienestar no solo es deseable: también es posible y es el resultado de esas múltiples elecciones que, siendo consciente o no, hago cada día.
El costo de tus acciones
Cada uno de los actos que llevamos a cabo tiene un costo. Dicho de otro modo pagaremos una cuota por ellos. El cobro puede ser de contado, inmediato o a plazos y hasta muchos años después.
Un sencillo ejemplo: me encuentro a un conocido en un lugar público y decido no acercarme a saludarlo, por flojera, desidia o mera indiferencia. Al cabo de un tiempo alguien le pide una recomendación sobre mi persona. Puede ser que decida referirse a mi con desgano o incluso desagrado. Ese fue el costo que tuvo mi acción.
Otro ejemplo es la elección que hago cuando decido fumar: el costo puede ser a largo plazo, cuando al cabo de los años sea diagnosticado con un enfisema pulmonar.
Ninguna acción es inocua. Ninguna palabra expresada puede borrarse. Todo lo que hacemos va dejando una impresión, una huella, un efecto en los demás.
Por eso, es recomendable pensar antes de actuar. Estar muy atentos a nuestros comportamientos y ser meticulosos al momento de elegir.
Todos somos víctimas de nuestra personalidad: debemos trabajar en pulirla, embellecerla, mejorarla. Un psicoanálisis puede ser una excelente idea para lograr este objetivo, siempre que sea con un profesional.
El valor de la verdad
Hablar con la verdad suele ser difícil. Preferimos matizar, adornar, decorar, minimizar o maximizar aspectos de nuestra realidad con tal de no sentir el dolor que supone reconocer las cosas como son.
Es curioso que nos creemos eso de «si no hablo de esto, va a desaparecer». O por lo menos hacemos hasta lo imposible por creerlo.
Pero eso no ocurre jamás. Lo que se esconde crece, se alimenta de la misma energía con lo que lo estoy ocultando y se va haciendo cada vez más grande, más difícil de enfrentar, más complicado de tocar.
Y mucho más costoso solucionarlo.
Es poner encima de la humedad de una pared un cuadro, y luego uno más grande ante la grieta que va creciendo, al cabo del tiempo una cortina y cuando ya no alcanza para tapar aquello, hasta un telón de teatro. La pared se va a caer. Y me va a salir carísimo arreglarla.
Si en su lugar, en el momento en el que detecto la humedad voy a buscar ayuda, raspo la humedad, uso el impermeabilizan adecuado, sale mucho más barato, tengo menos desgaste de recursos y además adquiero lo más importante de todo: paz mental.
La mentira enferma, separa, destruye, aniquila a las relaciones, deteriora la personalidad, lastima y hiere. La mentira no sirve para nada.
Envidias entre hermanos
Todos envidiamos muchas cosas, muchas veces el día. Algunos somos conscientes de ese sentimiento que corroe, que puede incluso enfermar. Cuando nos damos cuenta de ello, podemos hacer algo positivo, cuando no nos damos cuenta, convertimos a nuestra envidia en destrucción.
Probablemente las personas que mayor envidia suelen despertarnos son nuestros hermanos o hermanas. La rivalidad por el amor de los padres comienza desde el nacimiento.
Hay padres y madres que fertilizan esa envidia al mostrar inclinación por alguno de sus hijos. Pero aun si los padres son humanamente justos entre sus hijos, no faltará una que otra Griselda o Anastasia envidiando la belleza y la fortuna de Cenicienta.
Ser amada, ser bonita, tener éxito social o familiar puede despertar la ira de una hermana. Tener un buen trabajo, buenos hijos o un buen matrimonio puede enfurecer al más tranquilo de los hermanos.
El problema estriba en sentir culpa o en sabotearnos con tal de impedir la envidia, que, de todas maneras, existirá. Lo único que se puede hacer para neutralizar la agresión proveniente de la envidia que se despierta en un hermano o hermana es nada. No hay modo de evitarla. Hay que seguir buscando el bienestar, aunque a los demás les duela.
Siembra expectativas: cosecha frustraciones
Es casi inevitable formarse expectativas en nuestras relaciones. Esperamos que nuestros padres nos den todo lo que creemos necesitar de ellos. Y como seguramente no lo hicieron, guardamos rencor y encono contra de ellos. Después esperamos que nuestras amigas o amigos sean como nosotros deseamos. Y resulta que son como son. Más adelante, al formar una pareja, esperamos que sea una mezcla perfecta: que me quiera, que me acompañe, que me consienta, que me mantenga, que me cuide, que me aconseje, que me divierta y que no piense más que en mi. Luego, esperamos de nuestros hijos: que me cuiden, que me acompañen, que me admiren, que me mantengan…
¡Es terrible vivir así!
Mucho sufrimiento sería ahorrado si dejamos de esperar que los otros nos den lo que deseamos.
Muchas relaciones serían infinitamente mejores si no estuviéramos esperando que las personas dejen de ser lo que son y sean lo que nosotros creemos merecer.
A mayores expectativas mayores desilusiones.
Los demás son como son. Y nosotros debemos agradecer que quieran compartir con nosotros. Imponer nuestra necesidad nos impide respetarlos.
Los demás no están para resolver nuestras carencias. Ese es un trabajo individual del que debemos hacernos cargo para poder realmente amar.