¿Eres un patito feo?

A algunas mujeres les toca ser el patito feo de sus mamás: es decir, no son tan bonitas, interesantes o atractivas para los ojos de sus madres. Ya sea porque la madre tenga una personalidad arrolladora, una belleza indiscutible, talentos artísticos o seguridad de plomo. Ya sea porque para esa madre tú no logres arribar a esos criterios de éxito: porque eres cachetona, o tienes unos kilos de más, o eres tan tímida que no te atreves ni a opinar.

Sí tu madre te considera fea y quería esconderte cuando eras pequeña, o si te considera poquita cosa y necesita darte instrucciones para vivir, o si al mismo tiempo que te necesita te degrada de modo manipulador: tu eres un patito feo. Recuerda que en el cuento el accidente que ocurrió es que el huevo del cisne rodó hasta donde estaban los del pato. Por eso la mamá desprecia s su hijito: porque es diferente. Especialmente para ella.

Tal vez tu seas diferente, pero ni los patos ni los cisnes tienen nada de malo. Los animales se mueven a sus anchas sin ser conscientes ni estar preocupados por si son bonitos o feos. Son y así se mueven. ¿Has notado la belleza de un colibrí que no es consciente de él mismo? ¿y la de un elefante?

Mi recomendación es crecer: buscar a tus parientes psíquicos, renunciar a la expectativa de que tu madre te apruebe: no puede hacerlo. Y eso no la hace mala persona.  Sí eres un cisne, busca a otros cisnes. Y sí eres un pato, también. Y liberada de la necesidad de recibir esa anhelada mirada de aprobación, dedícate a desarrollar tus talentos, no desprecies a tu cuerpo porque ha sido bueno contigo. Y ¿sabes qué?: extiende tus alas, contempla tu belleza, y vuela, vuela…

Heredar traumas

Los seres humanos recibimos muchas herencias de nuestros padres, que van más allá de lo económico. Algunos reciben dinero, propiedades, vajillas, joyas, títulos nobiliarios, libros, muebles, pinturas, relojes: podría citar tantos objetos cómo hay en el mundo.

Otros no reciben nada tangible: objetos o propiedades o dinero.

Lo que todos recibimos demás, desde luego, de nuestra herencia genética (color de ojos, debilidad de un órgano, fortaleza de otro, tendencia a diabetes o al alcoholismo) es nuestra herencia psíquica. Heredamos preferencias por cierto arte, aptitudes para hablar en público o tocar el piano, disposición para deprimirse o para reír. Además, heredamos los traumas que nuestros padres no elaboraron.

Cuando vivimos un trauma, es decir, un impacto que altera nuestro equilibrio, necesitamos elaborarlo: hablarlo, entenderlo, acomodarlo, llorarlo. Sí no lo lloran nuestros ojos lo llorará nuestro cuerpo y sí no logramos superarlo del todo (por falta de ganas, de valor, de información  o de tiempo) entonces se los dejamos, en herencia, a nuestros hijos.

Y nuestros hijos se verán en la disyuntiva: ¿vivo mi vida o elaboro el trauma de mi madre o de mi padre?. Todo esto de modo inconsciente, desde luego. Por eso es tan necesario elaborar nuestros traumas: no sólo tendremos una vida con mayor calidad al superar el miedo, el enojo, el resentimiento o el dolor, sino que dejamos en libertad a nuestros hijos, para que construyan su propia vida.

Duelos inconclusos

Cuando en la infancia se viven pérdidas especialmente dolorosas, cómo puede ser la muerte de un padre o una madre, la separación de los padres, el divorcio, la muerte de un hermano, o la vivencia del sufrimiento a través del comportamiento de un padre alcohólico o de una madre neurótica, el proceso de duelo no suele completarse.

Es casi imposible pensar en que al mismo tiempo que se está desarrollando nuestra personalidad, podamos elaborar el dolor que padecemos. Lo que hacemos, a cambio, es desarrollar mecanismos y pautas de comportamiento que nos protejan del sufrimiento. Podemos decidir no volver a amar para que no nos defrauden de nuevo. Podemos decidir no volver a sentir para poder sobrevivir. Podemos volvernos agresivos para que nadie nos lastime. Hay tantos modos de hacer esto cómo personas en el mundo.

El problema es que si bien, estas pautas de comportamiento nos ayudan a sobrevivir, al paso de los años se convierten en un estorbo para relacionarnos y para poder disfrutar de la vida.

Es necesario trabajar nuestros duelos, cerrar el ciclo, hablar del dolor hasta que deje de doler. Es necesario acariciar nuestras heridas que están grabadas en cada célula de nuestro cuerpo. La vida debe disfrutarse a pesar de las negligencias que hayamos sufrido en nuestra infancia. Aún más: eso que vivimos debe ser el acicate para valorar lo bueno, para aprender, para crecer y para hacer lo que esté en nuestras manos, para romper esos ciclos de dolor. Quién te lastima lo hace por ignorancia. Y si tu lastimas a alguien, eres ignorante.

Hablar con la verdad y admitir el dolor es la mejor forma posible de darnos la oportunidad de construir una maravillosa vida.

Mi pareja me es infiel

Padecer la experiencia de la infidelidad de una pareja es un reto psicológico de grandes dificultades. Descubrir el engaño, lidiar con la ira, sufrir la tristeza, admitir la traición y sobrevivir con dignidad son algunas de las tareas que ésta situación presenta.

He aquí algunas ideas que pueden ayudarnos en éste doloroso proceso:

1. Reconocer que el infiel es infiel con independencia de cómo seas tú: esto significa que el otro necesita engañar con independencia de cómo seas tú, sí estás más delgada, sí eres más culta, sí te cambias el corte de pelo, sí eres más divertido o sí sabes más de cocina japonesa no importa. El que quiere cometer la infidelidad lo hace al margen de cómo sea su pareja.

2. No te lo tomes personal. Yo sé que esto es muy difícil pero es muy necesario entender que no te lo está haciendo a tí. Se lo está haciendo a sí mismo. El primer traicionado en la infidelidad es el que es infiel, se está traicionando a sí mismo.

3. No te humilles ni pierdas tu dignidad bajo ningún concepto. No hay persona que merezca ponerse en una situación así. Sí quieres seguir con tu pareja entonces NO hables del tema, cada vez que sacas el tema a relucir, o hacer cualquier referencia a la situación la LLENAS de energía y te lastimas irremediablemente. NO lo acuses, NO le eches en cara, NO busques pruebas. También puedes decidir terminar la relación y en ese caso hazlo cuando estés fuerte, tómate el tiempo que QUIERAS y alimenta tu espíritu.

4. Aprovecha ésta oportunidad para crecer. NO TE CULPES. Tú no tienes la culpa. De lo que sí eres responsable es de la ACTITUD con que tomas ésta situación: debes usar ésta situación para crecer. Aprende cosas nuevas, haz ejercicio, ponte guapa, toma un nuevo curso, trabaja con más empeño, diviértete. Es el mejor modo de canalizar la ira.

5. La ira es fuego. El fuego puede destruir y convertir en cenizas lo que toca. NO permitas que eso suceda, no destruyas al otro y mucho menos te destruyas. El fuego también puede transformar. Canaliza tu ira en energía positiva para tí. Usa esa fuerza para poner un negocio, acabar una carrera, correr un maratón o aprender un idioma. Deja de pensar en el tema. Ya pasó y aunque tu EGO es lo que más te duela (lo cuál es normal) debes tener la humildad para reconocer que sí, a tí te pueden engañar.

6. Sé humilde. No todo el mundo nos quiere y no siempre nos quieren cómo nosotros queremos. Sé tolerante a la frustración. Pero sobre todo, sé digna. Que el dolor no te rebase. Que te haga ser más grande y no más pequeña. No insultes a tu pareja. No te metas con la persona con la que se ha cometido el engaño. Intenta perdonarlos. Reza por él y por ella. Desea el bien para ellos. Desea y trabaja por tu bienestar. Agradece la experiencia de vida.

7. Disfruta de las cosas más pequeñitas: una flor, un pajarito, una rica comida, mirar el cielo, estar viva.

8. Incrementa tu círculo de amistades, inscríbete a un grupo, lee, diviértete. La vida no se acaba aún. Tu felicidad no puede depender de otra persona. Tu felicidad es una decisión interna. Perdona. Perdonate a tí misma por lo que te hayas lastimado en éste proceso.

9. Es un duelo con todas sus etapas. Va a pasar el dolor. Te lo prometo. Y vas a salir fortalecida. Depende de tí.

10. Habla del tema con quiénes lo hayan vivido, te van a entender. Y luego, deja de hablar del tema. Dale la energía de tus palabras a temas más constructivos para tí.

Ser tolerantes

«Hemos aprendido a volar cómo los pájaros y a nadar cómo los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos cómo hermanos» escribió Octavio Paz.

Y es cierto. La convivencia con los demás siempre es complicada. Especialmente porque no ejercemos la virtud de la tolerancia. Tolerar significa respetar las diferencias. Entender que los demás no son cómo yo, no piensan cómo yo y que eso está bien.

Cuando las acciones del otro me irritan, cuando me «cae mal» lo que la otra hace o dice, cuando me enojo ante lo que el otro es y lo juzgo o lo insulto o lo agredo, no estoy siendo tolerante. Lo fundamental es entender que lo que me «cae mal» del otro en realidad me asusta. Me da miedo ver mis defectos o carencias en los demás, que no son sino espejos míos. Me da miedo la debilidad del otro porque yo también la tengo. El eje es reconocer mis miedos.Esa es la clave, hacerlos conscientes para dejar de proyectarlos.

Entre los miembros de la familia, nuestros compañeros de trabajo y las personas con las que convivimos con frecuencia se encuentran todos los aspectos de mi personalidad. Los aspectos que me son más desconocidos son los que me aterran, pero todos preferimos juzgar antes de admitir, con humildad, que compartimos algo de ese defecto que tan duramente criticamos.

Una gran tarea que tenemos cómo seres humanos es la de ejercer la tolerancia: la recompensa es muy grande. Crecemos y nos hacemos más personas, y además, nos sentiremos más cerca de los otros, y los seres humanos somos así: necesitamos de los otros para existir.

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