Respeto para los mayores

Es muy lamentable para mi observar como algunos jóvenes no sienten el menor respeto por sus mayores. Yo lo aprendí de niña y me parece una de las herencias mejores que tengo. Una persona de mayor edad que la nuestra merece nuestro respeto sólo por eso, por que ha permanecido más tiempo que nosotros en este mundo.

Sé que habrá quiénes no estén de acuerdo. El respeto debe ser para todos: niños, adolescentes, jóvenes, maduros y ancianos. Es cierto.

En otros tiempos, cuando una persona estaba frente a un anciano le hablaba de usted, lo ayudaba a cruzar la calle, le cedía el asiento en el autobús. Esto es: sentía en automático un respeto especial por esa persona que ha perdido facultades y que no camina tan rápido o no sabe como enviar un correo electrónico.

Vivimos en el mundo de la prisa, de la eficacia tecnológica, de la rapidez. Y lo lento nos asusta porque nos confronta con nuestra existencia.Pero vamos a llegar a ese momento en el que las piernas no nos respondan y la vista se canse. Eso si llegamos. Y se nos olvidarán cosas, y dependeremos de quiénes nos echen la mano.  Y sentiremos profunda tristeza si nuestros hijos no quieren escucharnos o usan (groseramente) su teléfono durante los 20 minutos que nos visitan.

Tenemos mucho que aprender de nuestros viejos. Y mucho que agradecerles. Ser compasivos, dejar nuestra absurda soberbia de lado y ser amables con ellos hablará de nuestra grandeza.

Dejar ir

Dejar ir, soltar, no aferrarse, no controlar…

Conforme nos vamos haciendo mayores (y eso es algo que sólo la muerte puede detener) debemos aprender a dejar ir: a los amores, a los hijos, a las creencias equivocadas, a los hábitos poco saludables, a las ideas sobre «el amor perfecto», «la amistad incondicional», «la felicidad absoluta», «el control de nuestras vidas».  Soltar, aprender a vivir con poco, deshacernos del equipaje.

Creo que además debemos abandonar esas ideas falsas que sólo nos hacen sentirnos frustrados. Me refiero a ideas sobre lo perfecto, lo absoluto, lo definitivo. Nada es así. Lo que hoy es de un modo, mañana será diferente. Lo que crees que ya sabes, la vida se encargará de demostrarte que no es así. Es bien cierto que cada día trae consigo nuevas enseñanzas. Cuando sentimos que algo es seguro es un momento antes de descubrir lo incierto de casi todo.

De ahí que aprovechar las buenas rachas, disfrutar los buenos momentos, gozar al máximo, beberse la vida buena. Y en los momentos de dificultad recordar que nos deben servir para aprender y para crecer.

Vivir es difícil. Y cuando lo reconocemos, abrimos la puerta a las posibilidades, le damos la bienvenida al espíritu de lucha y así, tropezamos de repente, con que vivir es también maravilloso y que si sabemos reconocer todo lo que si tenemos, todas las batallas que hemos enfrentado, todas las lágrimas que hemos llorado, podemos sentir que hemos sido muy valientes. Más fuertes de lo que pensamos. Más afortunados de lo que solemos reconocer.

 

Personas que marcan diferencias

A lo largo del viaje que es la vida, en ocasiones nos encontramos con personas excepcionales. Son ese tipo de encuentros que jamás se olvidan.

Son encuentros únicos y maravillosos. Son encuentros que dejan una huella indeleble. Este tipo de personas poseen algo único: nos hacen sentir que somos particularmente valiosos. Este tipo de personas nos reconcilian con nuestra identidad, nos dan una mirada especial. Hacen que nuestra vida sea mejor. Nos dan esperanza, alegría, entusiasmo por vivir.

Marcan una diferencia en nuestras vidas. Por eso, es imposible olvidarles. Por eso, las llevamos muy adentro, en ese espacio del corazón donde se guarda lo mejor, lo más valioso e importante.

Si has tenido uno de estos encuentros debes ser muy afortunado. Tienes un tesoro de valor incalculable.

Hijos que no se van: pájaros sin alas

Recibo con frecuencia cartas por correo electrónico en donde padres o madres me confían el problema al que se enfrentan cuando un hijo de 35, 40 o más años vive en casa de sus padres. Los motivos son diversos: no se ha casado, se casó y se divorció y así regresó incluso con uno o dos hijos, nunca se fue aunque se embarazó.

Estos hijos suelen ser muy exigentes: además de techo quieren comida, sustento, trato especial, atenciones diversas. Incluso son groseros con sus padres.

Yo creo que están muy enojados. Y sus padres también. Deshijar a los hijos es una de nuestras tareas como padres. Echarlos a volar para que desplegando sus alas hagan sus vidas. Mantenerlos es infantilizarlos e impedirles que crezcan.

Da miedo que se vayan. Asusta el nido vacío, la soledad, el enfrentarse a una pareja que se ha vuelto desconocido. Da miedo dejar de ser necesitados. Da miedo ser viejos. Pero no debemos dejarnos vencer por nuestros miedos. Más aterrador es permitir maltratos. Debemos dejarlos crecer. Si no lo hacemos, estamos cometiendo el crimen de paralizarlos, de cortarles las alas.

¿Perdonar una infidelidad?

Pocas experiencias más dolorosas que vivir una infidelidad de tu pareja. Nos sentimos traicionados, humillados, maltratados, enojados y muy tristes.

Una vez que se descubre hay un terremoto en nuestro interior. ¿Debemos perdonarla?

Si tu pareja te lo ha confesado podemos pensar que es porque quiere seguir contigo. Si ha sido un buen esposo, novio, padre, compañero y está dispuesto a no repetirlo, yo creo que puede valer la pena perdonarlo.

Si lo descubres y cínicamente lo niega o lo acepta pero no le interesa seguir contigo: debes tener la dignidad suficiente para dejarlo ir. Y si, perdonarlo con el tiempo pero no para regresar.

El perdón es un proceso, no un acto único. Un poco de «te quiero perdonar pero no sé si lo lograré» es lo más humano. Primero debes expresar tu enojo. Después llorar profundamente tu tristeza. Después, revisar tu comportamiento como pareja. Y al final, pensar en lo que más te puede hacer feliz.

Es muy difícil reparar un daño así, pero si tu descuidaste la relación y tu pareja en verdad quiere estar contigo, creo que en ese caso SI que vale la pena perdonar.

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